Lo de los hombres es la ausencia – Reseña de «Ánima», de Wadji Mouawuad, por Juanita Porras

No eres tú quien hablará, deja que el desastre hable en ti, aunque sea por olvido o por silencio.

Escritura del desastre, Maurice Blanchot

La primera grieta de Ánima —que para Wahhch en realidad es la segunda— está en el cuerpo de Léonie. Un asesino la ha abierto en su cuerpo y en la hendidura ha concebido al horror. La grieta no sólo se ha abierto en Léonie sino en Wahhch, ha traído la ausencia de Léonie, pero también la ausencia de Wahhch, como si el dolor hubiese nublado todo deseo de ser o hacer. Lo único que desea Wahhch es ver el rostro del asesino, saber que no es él, que no ha sido Wahhch quien ha matado a Léonie. Es así como emprende la caza, pero antes de que el camino arribe en el rostro de Rooney, el asesino, éste le traerá constantemente la mirada de los animales.

Los animales ven en los ojos de Wahhch un destino unido al de las bestias: el destino del dolor; ven que se alimenta de sus propias vísceras y que no es nadie más que él mismo. Los gatos, los perros, los pájaros, los roedores y los equinos observan a Wahhch desde su lugar e intuyen el desastre, el umbral que el hombre atraviesa. Es Wahhch quien se entromete en la vida de los animales, es él quien se cruza en su camino y estremece sus sentidos hasta el punto de llevarlos a compadecer a los humanos por la oscuridad que habitan.

El Ánima del mundo es entonces la violencia. El mundo es un museo vivo del dolor, pero, a la vez y con gran intensidad, de revelación. A diferencia de Edipo, que se niega a preguntar quién es, Wahhch se lo pregunta y teme ser el asesino. Ánima inicia con el desenlace de la tragedia, es decir, la catástrofe y, por medio de lo bello, lo asqueroso y lo sublime, Wahhch encuentra una respuesta en el desastre. Como bien dice uno de los personajes se debe hacer del dolor un collar de gritos y de silencios; y en el silencio se escuchará la voz de los animales.

Los humanos están solos. A pesar de la lluvia, a pesar de los animales, y de los ríos y de los árboles y del cielo, a pesar del fuego. Los humanos se quedan en el umbral. Han recibido el don de la verticalidad y, sin embargo, se pasan la vida encorvados por un peso invisible. Algo los aplasta. Llueve: y se ponen a correr.

Wajdi Mouawad, Ánima, 2019

El desastre es la separación inminente de la naturaleza y esa separación está marcada por el lenguaje. La pintura y la literatura son formas del desastre porque su materia prima es el lenguaje, y éste es el abismo donde se está lejos de toda naturaleza y de toda comprensión. En Ánima el lenguaje hace patente una ausencia: el silencio de los animales, en el que se esconde un otro lenguaje, uno del presente. En tanto más se abre la grieta en Wahhch, más se acerca a ese silencio en el que los animales le responden y sabe que es a él a quien miran antes que él quien mira.

En El animal que luego estoy si(gui)endo, Derrida recuerda que un gato —su gato— lo mira desnudo y él siente vergüenza de su desnudez, de ser mirado por quien no está desnudo porque no sabe qué es la desnudez. Entonces se da cuenta de que la desnudez es una de las cosas “propias” del hombre, acompañadas del pudor y la vergüenza y, con ello, la conciencia del bien y del mal. Pero ¿qué significa verse afectado por la mirada del gato? ¿Acaso el gato es quien observa? Derrida cita a Montaigne:

¿Cómo conoce [el hombre] por el esfuerzo de su inteligencia las oscilaciones internas y secretas de los animales? ¿Mediante qué comparación entre ellos y nosotros concluye el hombre la tontería que les atribuye? Cuando juego con mi gata, ¿quién sabe si ella no se divierte conmigo y no yo con ella?

Jacques Derrida, El animal que luego estoy si(gui)endo, 2008

En la inversión de mirar a ser mirado, esa pasividad que tanto nos aterra, Derrida ve la posibilidad de acercarse a ese otro radical que es el animal. Derrida revierte la gran pregunta: no se trata de saber si el animal puede hablar sino si puede responder. Para Derrida el discurso filosófico le ha vetado la posibilidad de respuesta al animal mientras que la poesía le ha brindado un lugar activo. Es exactamente lo que hace Mouawad: da voz y en esa voz una mirada propia, un nuevo lenguaje. Es una zoopolifonía en la que el hombre es el objeto de reflexión, aquel nombrado y no el que nombra.

Esperan la llegada de los dioses, pero no ven los ojos de las bestias que los miran. No oyen cómo los escucha nuestro silencio. Encerrados en su razón, la mayoría no conseguirá nunca franquear la sinrazón, o lo hará al precio de una iluminación que los dejará locos y exangües. Lo que tienen entre manos los absorbe y, cuando las manos están vacías, se las llevan a la cara y lloran. Los humanos son así.

Wajdi Mouawad, Ánima, 2019

Esa pasividad a la que se refiere Mouawad, al hacer a Wahhch un observado por los animales, no sólo la refiere Derrida al ser observado por el gato sino al citar a Bentham, quien gira la cuestión del animal del ¿pueden razonar? al “can they suffer?”. Derrida interpreta esa pregunta como una contradicción, como un “¿pueden no poder?”. Esa pasividad en el núcleo de la actividad es la impotencia de la finitud, la mortalidad que inminentemente nos acerca al daño, y sufrir es lo que comparte el hombre con el animal. De allí nace la compasión, esa compasión que sienten los animales por Wahhch al ver en sus ojos el dolor de una vida bajo tierra, enterrado entre cadáveres y en busca de un asesino; es la compasión lo que lleva a un sus scrofa domesticus a experimentar una transmutación, a convertirse en un hombre a través de la empatía.

Todos los “puedo” del hombre, que son “lo propio del hombre”, están hollados por esa imposibilidad que no tiene lenguaje. Así como se trata de una contradicción entre poder y no poder, así también hay un decir que es un no decir, un habla que es silencio. El lenguaje se trata de la ausencia: “los humanos tienen un don para la ausencia: dicen Fulano está triste, pero Fulano no está. Dicen Un día tendré tiempo, pero el tiempo no está”, se afirma en la obra de Wajdi Mouawad.

Es entonces en el lenguaje como territorio de silencio y ausencia donde se encuentra el “no poder” y, con él, el desastre. El nombre de los hombres y el nombre dado a los animales significa entonces sellar su destino de ausencia, un nombre que prevalecerá más allá de lo nombrado. Wahhch busca ese nombre, ese destino de muerte, al buscar al asesino. Quiere saber si en verdad él tiene otro nombre, otro territorio, otro rostro. Wahhch finalmente lo asesina. Pero el asesino retorna en la forma de un perro salvaje, se convierte en el tótem de Wahhch.

Wahhch entonces ha atravesado la grieta y de las tinieblas progresivamente sale a la luz, una que no sólo aclara su presente sino su pasado, ese dolor infantil que se sepulta en el jardín y es parte de la grieta. Ya había dicho Mouawad en Incendies que la infancia es un cuchillo clavado en la garganta, y en Wahhch ese cuchillo tiene forma de agujero, de ataúd lleno de tierra, lleno de animales muertos.

¿Qué es entonces el desastre?  El desastre es lo que pasa y no es posible prever, es la ausencia, el “olvido sin memoria” (Maurice Blanchot, La escritura del desastre, 1990), el no-poder, esa distancia del pensamiento y del lenguaje. Es lo que nos disuade de ser pensado, lo que no adviene porque no ocurre y a la vez siempre está ocurriendo. Su manifestación quizá más certera está en la naturaleza, esa fuerza vital que no sólo desemboca en el caos salvaje y sublime de las montañas de olas espumosas sino en la lentitud de los procesos naturales. El desastre como fuerza vital es la ausencia que siempre está sucediendo: la construcción humana que se desgasta hasta convertirse en ruina, la flor que craquea el cemento y el jardín que vuelve inexorablemente al desorden. Hablar de ella, de la naturaleza, será siempre errar. Porque cada intento hace patente el “no poder”, cada texto repite la acción del extraño ser de La envidia de Giotto: somos una lengua que sale de nuestra boca para incrustarse en nuestro ojo.

Pero en los silencios que le permitíamos al lenguaje nos acercamos a lo natural.

La relación con la naturaleza en el arte y en la vida es precisamente conflictiva porque es especialmente en ella que se hace patente la grieta que ha abierto en nosotras y nosotros el lenguaje. En cada momento de la historia del arte en el que se ha visto involucrada, ya sea como protagonista o como presencia decorativa, está presente la lucha por decir lo que no se puede decir. Es una grieta bella el lenguaje. Es un insecto que se acerca a la luz.


Autora: Juanita Porras (Colombia, 1996). Leo, escribo y veo cine. Periodista cultural independiente y creadora de Todos los viajes se hacen en barca. Estudio el máster en Estudios Literarios en la Universidad Nacional de Colombia y dirijo Bitácora correctores.