No cabe duda de que, a lo largo de la historia, la arquitectura ha sido receptora de significados casi alegóricos de las sociedades que la han producido, empleado, habitado. En el diseño, en la proyección y en la construcción de espacios suelen verse expresados los códigos y valores que componen consciente y/o inconscientemente a los grupos humanos. También la arquitectura, incluso en un mundo globalizado en sobremanera, arroja información sobre los entornos en donde se inscribe: nos habla del clima de una locación en particular, de los materiales que estuvieron disponibles para la edificación de los espacios, entre otros elementos. Además, evidentemente, nos habla de complejos entretejidos de relaciones de poder, dentro del cual destaca, por el simple hecho de estar invariablemente presente en cualquier caso, el vínculo entre los humanos y la naturaleza.
Los diversos espacios que hemos producido desde la arquitectura y el urbanismo nos sirven como mediadores entre nuestros cuerpos y nuestro entorno, y responden a la necesidad de definir nuestra relación con la naturaleza. En la mayoría de los casos, han trabajado para facilitar nuestra imposición hacia el resto de las especies, para sancionar y para restringir, para acomodar a nuestro gusto el ambiente. Hemos construido «adentros», que delimitan «afueras». Hemos partido el mundo entre lo público y lo privado, entre lo civilizado y lo salvaje. Incluso hemos nombrado a los espacios exentos de nuestra intervención como «vírgenes».
No obstante, esta relación encierra en sí misma a una ficción . En realidad no somos a parte de la naturaleza, sino partes de la misma. Por más que construyamos enormes muros que busquen enfatizar la partición y repartición del mundo entre las especies, nos vemos constantemente rebasados. Algunas veces, será un mosquito que no nos deja dormir el que nos lo recuerde; otras, se tratará de una plaga de hormigas invadiendo nuestra alacena. Habrán días en los que seremos afortunados y nos llegará la advertencia mediante un retoño de algo que no decidimos plantar… o a través del canto de un pajarito. Todos los ejemplos nos regresarán de una manera u otra a la misma conclusión: nuestros hogares son parte de un ambiente y nosotros somos parte de la naturaleza.
Desde esta idea surge la obra Vuelo a la Jaula Abierta, del artista mexicano Jerónimo Hagerman, así como la iniciativa del Museo Universitario del Chopo (en donde se encuentra la obra) de mantener activa la pieza a distancia.
Recuerden que en el jardín del Museo Universitario del Chopo se encuentra la pieza
— Museo del Chopo (@museodelchopo) February 2, 2020
Vuelo a la Jaula Abierta
del artista mexicano #JerónimoHagerman
Proyecto mediante el cual el autor busca activar este espacio como una zona de descanso y reflexión para nuestros visitantes. pic.twitter.com/C6O0DdtKhF
Vuelo a la Jaula Abierta es una pieza de sitio específico situada en el jardín del Museo del Chopo, con la cual Hagerman busca invitar a los vecinos y visitantes del museo a descansar y pensar en las relaciones personales y emocionales que les produce el entorno. Asimismo, la pieza está diseñada con la intención de ser intervenida no solo por seres humanos, sino también por aves que se acerquen a sus bebederos y semilleros, así como por las plantas que la rodean, e incluso por la luz del sol y las nubes que juegan con la geometría de la estructura.
La pieza, desde su título, contiene una contradicción: una jaula que es abierta, la cual precisamente se refiere a la ilusión entre el adentro y el afuera. La estructura es tal que altera el espacio; es decir, simula una delimitación del mismo, pero a manera de juego. Se trata de una edificación permeable y conectora.
En concordancia con la obra de Hagerman, el Museo Universitario del Chopo ha realizado una iniciativa que pretende llevar las reflexiones del artista más allá del museo mismo. Se trata de hacer un ejercicio de observación y convivencia con la naturaleza que rodea a nuestros hogares, con el fin de conocer mejor el ambiente que habitamos. La actividad consiste en esperar pacientemente a que algún pajarito, de aquellos que nos alegran el día con su canto, se detenga cerca de nuestras ventanas. Si tenemos suerte en tomarle una foto y la compartimos en redes sociales con los hashtags #jaulaabierta y #avistamientoCHOPO, el museo nos contestará con comentarios e información sobre la especie de pájaro que se pasea cerca de nosotros.
De esta manera, estaremos jugando con la idea de que nuestras viviendas también son jaulas abiertas. Aquellas que simulan separarnos del resto del entorno, cuando más bien lo componen y lo transforman. Esta idea quizá nos puede llevar a replantearnos la idea del «encierro». Podemos pensar que no es que estemos adentro y no podamos ir afuera, sino que el entorno que podemos circundar es menor al que solíamos estar acostumbrados. Pero no por esto se trata de un ambiente menos variado, ni menos estimulante. Será cuestión de volvernos más observadores, de afinar el oído y el olfato, de acercarnos a otros seres vivos y no vivos, y continuar reflexionando sobre el lugar que ocupamos en el universo.