«Rencor tatuado», la herida sangrante de los feminicidios

Un director como Julián Hernández es de esos que llevan un historial de películas buenas, pero que redunda en su propio estilo; aun así, no deja de proponer y establecer algo diferente. Sus imaginarios regularmente son interrumpidos por un tercer objeto, como el rechazo o los prejuicios. En el caso del Cielo dividido, Gerardo y Jonás viven un romance lo bastante intenso como para renunciar el uno del otro; sin embargo, para Gerardo implica también una encrucijada donde la homosexualidad se confronta con la moral social. Cielo dividido trataba un tema difícil en un 2008 lleno de homofobia y rechazo a lo diferente. Una película como ésta era incendiaria. Julián Hernández siempre ha sido de esta manera.

Rencor tatuado es protagonizada por Diana Lein como Aída Cisneros, una exartista plástica y pintora que ve interrumpida su vida por un abuso perpetrado por un encapuchado que mató a su esposo, su sirvienta y su familia. Este hecho la lleva a desaparecer del mapa y a convertirse en una vengadora de la violencia que se vive en la Ciudad de México de los noventas. Un personaje que sirve a manera de «producto social», como el reciente Joker de Joaquin Phoenix… claro, con sus respectivas diferencias estilísticas.

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Julián Hernández creó algo totalmente diferente a lo hecho hasta el momento en el cine nacional. Rencor tatuado es una película de género, más específicamente del cine negro, donde aplica de lleno todos sus recursos audiovisuales. Con un formato en blanco y negro, y una pantalla cuadrada, Hernández logra introducir al espectador en un mundo oscuro, bizarro y violento. Puede afirmarse que éste es su trabajo más ripsteiniano hasta la fecha, no a manera presuntuosa, sino porque estilísticamente resulta muy parecida a La calle de la amargura, del maestro Arturo Ripstein.

La película sale a cines en un momento coyuntural en la historia social de México, cuando los feminicidios son más preocupantes que nunca. Rencor tatuado coloca como personaje principal a una sobreviviente de un intento de asesinato que se convierte en una especie de «heroína», o «La vengadora» como se hace llamar en la película, que ejerce la justicia por propia mano.

Es curioso (aquí aviso de spoilers) que aunque las revanchas de La Vengadora son meramente autorales y autoreferenciales, durante el proceso de la historia nunca se encuentra sola, sino que es coadyuvada por un hombre que sin darse cuenta tiene varias pistas para colaborar con ella y así hacer justicia por muchas mujeres más. Vicente Colmenares es un periodista que sirve como una representación masculina que brinda un balance a la ecuación de la historia para que ésta no luzca desequilibrada en su recurso feminista.

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No es intención de la película llegar a cines en un momento tan complicado. Su estreno cae como anillo al dedo ante la situación de inseguridad, violencia y abuso contra las mujeres. En una proyección casi profética, la película se sitúa en la década de los noventa y aunque para nosotros ya es un montaje de época, el país se sigue viendo igual, tanto en apariencia física como en situación política y social.

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Para ser más específico, desde 1985 y hasta el 2010, el acumulado de asesinatos a mujeres en el territorio nacional fue de 36,606 y, a partir del 2010, ocurren 6.4 defunciones de mujeres por causa de violencia, abuso y asesinato. Desde el 2015 hasta la actualidad, la tasa ha incrementado y hoy en día, en el 2020, mueren 10 mujeres por día a manos de un hombre, regularmente su esposo, amigo o pariente cercano. Cito a Martín Vivanco: «El feminicidio es una manifestación cultural de una opresión histórica».

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De esta manera lo anterior es importante porque Rencor Tatuado sirve como ejemplo punzante e incisivo de que el cine es resultado de su sociedad, y aunque en México nos queremos tapar los ojos llenando las salas de comedias románticas por demás pueriles, lo cierto es que este cine es el que de verdad necesitamos, no con el afán de lucrar con la situación per se que se vive en el país, como muchos dirían, sino para estar conscientes de que vivimos en una sociedad cercenada por la violencia, la falta de empatía, donde el rechazo abunda más que la comprensión al otro y que no sólo se queda ahí, sino que avanza como un cáncer del cual no nos hemos podido librar.