Pulsión: Proceso dinámico consistente en un empuje (carga energética, facto de motilidad) que hace tender al organismo hacia un fin. Una pulsión tiene su fuente en una excitación corporal (estado de tensión); su fin es suprimir el estado de tensión que reina en la fuente pulsional; gracias al objeto, la pulsión puede alcanzar su fin.
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Robert Eggers logra exponer con El faro un relato folclorista que tiene a las pulsiones humanas como un extremo del horror, el cual inicia con un síntoma mental para finalizar con una acción irreversible que vuelca hacia el otro todas sus frustraciones.
Ephraim (Robert Pattinson) y Thomas (Willem Dafoe) son dos cuidadores de un faro en una isla de Nueva Inglaterra a inicios de 1890. Ambos misteriosos, llegan a ese solitario lugar con historias que harían dudar a cualquiera sobre la cordura de cada uno. Ephraim es joven e inexperto en dar mantenimiento a un faro; contrario a Thomas, quien lleva 14 años yendo y viniendo de la isla, razón por la que, en una posición jerárquica, ejerce una autoridad sobre Ephraim.
El historial de cada uno se descubre durante el desarrollo de la historia. Esta falta de información que se devela paulatinamente provoca ansiedad y zozobra en el espectador, efectos que se intensifican durante las casi dos horas que dura la película.
Ephraim, interpretado de forma excelente por Robert Pattinson, arriba a la isla con un pasado turbio: en su paso como leñador en el norte de Canadá, cometió un acto del que huye y pretende olvidar. Aunque en un inicio se muestra cerrado y retraído hacia Thomas, este joven destapa a cuenta gotas la paranoia de la que es víctima su mente. Al comienzo, proyecta su deseo sexual hacia una figura fantástica: una sirena. Sobre ella, un inalcanzable ideal, vierte todo su libido aunque no pueda ejercer ningún poder sobre el ser imaginario, situación que le causará una sensación de encierro y claustrofobia mental. A este comportamiento se le suma el complejo controlador con ansias de ejercer poder sobre otro, cuando en la jerarquía laboral, se encuentra Thomas.
Thomas, encarnado magistralmente por Willem Dafoe, es un viejo que ha perdido esposa e hijos (si es que en realidad los tuvo…) por cuidar durante tanto tiempo un faro con una luz que esconde un secreto en su punta. Este hombre, con una actitud sumamente mandona, comienza a ejercer de exacerbadamente un poder e influencia sobre Ephraim. Así, a lo largo de cuatro semanas, vivifica los demonios de su aprendiz que, de forma fallida, había tratado de ocultar.
La lectura sexual que el director plasmó no sería legible si no existieran tres escenas donde los dos personajes son expuestos masturbándose. Primero uno (Ephraim) que se inspira en lo fantástico para después proyectar su deseo en un objeto aún más tangible y cercano, pero que de igual modo no puede controlar y mucho menos poseer; después Thomas, cuya posición de poder sobre un sujeto satisface sus pulsiones sexual que no logra desahogar del todo. De alguna manera lo intenta en una escena, cuando con el pretexto del alcohol, se acercan demasiado y alcanzan a reaccionar antes de consumar un beso. Seguido de esto, hay una serie de acciones donde buscan reafirmar su hombría con una pelea a golpes.
La forma quizá más fuerte y evidente que el director pone frente al espectador estas pulsiones sexuales, no con escenas sino con un símbolo, es precisamente el faro que da referencia, durante una de estas escenas de masturbación, a su significado e intención, usando de manera abierta el sentido fálico de una construcción arquitectónica.
Es este sentido, de alguna forma un tanto homoerótica, que Robert Eggers muestra el terror y el horror dentro de su historia. Utilizando la tensión sexual para activar la locura y la paranoia, de algún modo la soledad y el pasado de sus personajes los orilla, a uno más que al otro, a buscar esa satisfacción de sus deseos en el objeto que tienen más cercano, aunque no puedan expresarlo abiertamente por la forma de pensar que la época por sí misma impone y por las idealizaciones que cada uno tiene de sí mismo.
En su película anterior, el director también juega con estas lecturas sobre los deseos como un vehículo hacia la locura y la paranoia en un ambiente moral mucho más cerrado: una familia cristiana en la época de la colonización anglosajona en Estados Unidos. La bruja significó una apertura por parte del espectador a un nuevo tipo de terror y de horror: el art house horror, que tuvo un recibimiento un tanto tibio en México, al no cumplir con los estereotipos del género a los que estamos acostumbrados. Aun así, hubo quien la apreció y valoró por lo que es: una joya del cine actual.
En esa película, el personaje de Caleb es atraído hacia la bruja por medio del deseo. En una adolescencia reprimida, Caleb primero ve en su hermana no el lazo sanguíneo, sino el poder de una puberta libido. Aquí el director no sólo coquetea con la atracción de un hombre hacia una mujer, sino con la posibilidad de una relación incestuosa. Este deseo no satisfecho es utilizado por la bruja para atraerlo y finalmente encausarlo al fatal destino que muchos hemos visto, que pasa obviamente por un proceso de culpa, el cual se mezcla un poco con la posesión demoníaca, el arrepentimiento y el perdón divino.
Con El faro, Eggers nos transporta con una narrativa interesante, que evoca en textura, a esas primeras películas con tramas sencillas, con imágenes que comunicaban más que el mismo diálogo, con la fuerza actoral al frente como un vehículo comunicador de la historia y de la intención del realizador.
¡Sin duda una de las mejores películas de género que veremos este 2020!