El lugar de las valijas || Cuento de Pedro Nazar

La cosa es que me aburre narrar algo así, secamente. Decir «el hombre estaba ordenando las valijas en el baúl del auto para irse de vacaciones con su familia y estaba muy nervioso». Me gustaría un poco de rigor literario, de academicismo, y algo que conecte este acto vulgar de una mañana de enero con la historia de la cultura o de la humanidad. Creo que eso sí sería interesante y no tanto lo que pasa en mi vida personal. A veces un nombre alcanza. Decir Homero o Aquiles trae reminiscencias que no podrías obviar. Tal vez si este hombre fuera Aquiles…

Era un momento muy importante para Aquiles, y temía que no cupiera todo el equipaje en el baúl del auto, eso lo perturbaba profundamente. Si Aquiles no venciera al enemigo se desmoralizaría. Bueno, al parecer el equipaje es el rival de este hombre. El baúl del auto: Troya

Pero ya me aburre. El hombre de las valijas no es tan interesante. Es mi padre. Está acomodando nuestro equipaje para irnos de vacaciones. Se pone muy nervioso, mejor no acercarse en ese momento porque en cuanto te ve aprieta los labios y las mandíbulas y larga una especie de espuma por la boca, como un chorro de saliva que se le condensa entre los labios. “¡Por favor!, ¡por favor!”, gime con una voz forzada e inarticulada. Lo mejor es alejarse, esperar que termine.

No es literario, pienso. Por eso no me interesa. Es solo un hombre nervioso tratando de acomodar el equipaje en el baúl. Lo que no se entiende en absoluto es por qué está nervioso. Eso, creo, que lo que vuelve su compañía en esos momentos en algo tedioso y aburrido. ¿Por qué se enfurece de esta manera?

Una vez, hace dos o tres años, me pidió que lo ayudara. Era una valija grande. Suelen tener una altura de 65-80 cm y una capacidad que ronda entre los 50-120 litros. Era la de mi madre. Se me resbaló de las manos y se cayó al piso cuando ya casi estaba dentro del baúl. No me pegó, pero vi la espuma, la rabia en su boca.

De lo que realmente me gustaría hablar es del libro que estoy leyendo, porque allí sí hay un orden. Me pregunto si el escritor se habrá ofuscado tanto como mi padre cuando intentó acomodar todas estas palabras en el libro. Si fuera así menos mal que ese hombre ya no está. Pero en definitiva creo que es más comprensible, porque escribir y acomodar una historia es un hecho necesario para la cultura, sostiene el género… mientras que acomodar el equipaje es una estupidez total. A quién puede importarle lo que pasó esta mañana en el garaje de mi casa con un hombre enfurecido detrás de unas valijas.

Pero esta mañana pasó algo, si no no estaría contando esto. Sonó el teléfono de la casa, mi madre atendió y después de unos segundos le gritó a papá, le dijo que era para él. Durante unos minutos no pasó nada. Algunos pájaros cantaron y yo recordé las últimas vacaciones. El equipaje ya estaba casi guardado dentro del baúl. Quedaba la valija de mi madre afuera. Cuando volviera la guardaría y nos iríamos, ¿o por qué la había dejado afuera? ¿No tenían lugar en el baúl? Yo estaba sentado en la galería de mi casa de Tigre. Vino mi perro a saludarme, completamente mojado. «¡Fuera!», le grité mientras se acercaba. No quería que se sacudiera y me empapara.

Mi padre volvió. Volvió cambiado, ahora lo veo a la luz de los hechos posteriores. Caminaba pausadamente, sin apuro. Se detuvo frente a la valija de mi madre. Me llamó. “Pedro, ¿me podés ayudar?” Yo me acerqué, ya no me importaba su baba ni sus palabras rígidas y desarticuladas. Ya había encontrado en esos años, desde que se me cayó la última vez, un refugio en la literatura. Leía y leía sin parar. Y cada vez entraba más en el laberinto de las fantasías. Para mí, mi padre y su baúl estaban en otro planeta, en un planeta degradado.

Me acerqué y agaché para agarrar la parte de debajo de la valija de mi madre. Esperé a que me gritara “ahora”, en cuclillas y mirando hacia el costado un cantero de flores. Eran plantas que sembraba y cuidaba mi madre. Siempre que jugábamos decía “cuidado con la pelota”. Me quedé observando eso y recordando que no tenía forma de sacar el perro de allí. A nosotros nos gritaba, pero cuando hacía calor y regaban, mi perro se echaba entre las flores porque la tierra estaba fresca. Las aplastaba o las golpeaba con su cola larga. Iban cayendo los pétalos de las rosas y quedaban cubriendo el barro, como una nieve.

Cuando levanté la cabeza, mi padre había empezado a vaciar todo el equipaje. Sacó todas las valijas del baúl y las apoyó en las piedras mientras yo permanecía en cuclillas sosteniendo la valija de mi madre. Se acercó y me agarró de los muslos, como si fuera una valija más. Me levantó. “Ah, pero qué valija tan pesada”, decía. “¿Qué llevará mi mujer aquí?”, y se reía. Me depositó en el baúl vacío. “¡Uffff!”, dijo cuando me apoyó. Después se metió él también y cerró el baúl desde adentro. Todo quedó en completa oscuridad. Nunca antes había estado adentro de un baúl oscuro. ¿Qué hacíamos? Me asusté.

—¿Qué hacemos acá? —Le pregunté.

—Shhhh —hizo con la boca como un sifón de soda—. Somos valijas —me dijo—, las valijas no hablan.

Nunca había pensado lo que sienten las valijas en el baúl, a oscuras y en silencio. Nunca había estado en el lugar de las valijas.

—¿Te gusta ser valija? —me preguntó—. Hay muchos tipos diferentes con bandejas, compartimentos interiores o exteriores, con distintos tipos de cierre: de cremallera, con la posibilidad de asegurarla con candado; cierre por correas y hebilla; maleta con cerradura. Duras o Blandas. Con ruedas. Con dos ruedas y asa, Con cuatro ruedas y asa. Sin ruedas.

—Las valijas no hablan —respondí.

—Es cierto. Soy una valija del futuro, nenunenu… ¿vos? ¿Qué valija sos?

No sabía qué contestarle. Nunca había pensado en eso. Era la primera vez que estaba en el baúl del auto.

—Vamos a esperar que tu madre nos encuentre —dijo.

Valoré su esfuerzo, pero era inútil, porque yo ya estaba en la literatura, quería ser escritor. Ya no quería sentir su alegría. Una especie de desengaño me estaba naciendo, supe. No sé qué noticia recibió en el teléfono pero ya no sería trascendente para mí, yo ya residía en un mundo menos inmediato, mi padre no era un héroe y no lo iba a ser nunca.

Me había refugiado para siempre.

***

Autor: Pedro Nazar. Nací en Buenos Aires el 28 de agosto de 1974. Soy licenciado y profesor en letras por la Universidad de Buenos Aires. Trabajo como docente de literatura en establecimientos de enseñanza media de la ciudad de Buenos Aires y estoy encargado del taller de escritura del Penal de San Martín, Unidad 48, Provincia de Buenos Aires. Participo en numerosos simposios de literatura y poesía. Colabora como poeta con revistas nacionales e internacionales.

Publicaciones. Como herrumbre de pena -Ayala Palacio Ediciones- 1998. Pez Negro –Airediseño ediciones- 2010. Caricias Lunch –Edición independiente- 2011. Libro escrito a cuatro manos con el poeta Ecuatoriano Cristian Avecillas

Discos. Gigante de Papel – Estudio El Ombligo- 2007. Como quien no quiere la cosa (Sobre textos de Alejandra Pizarnik) – Estudio El Globo Rojo – 2010.