«Once upon a time in…Hollywood»: un diálogo cinematográfico entre Tarantino y sus memorias

Desde que se comenzó a especular acerca del siguiente largometraje de Quentin Tarantino, se mencionó que sería su film más parecido a Pulp Fiction. No obstante, tanto la estructura narrativa como el desarrollo de los personajes tiene más similitud con su obra de 2009, Inglourious Basterds. Los Ángeles como escenario y fondo es lo único que comparte con la primera, aunque en la reciente producción la ciudad es un personaje más, una cuestión inherente e indispensable para la trama, con sus largos y distantes recorridos por autopistas, la farándula casi tangible en cada edificio y cada esquina, además de la industria cinematográfica que la construyó; un ambiente que propicia que la urbe es un mundo en sí mismo.

Es así que dentro de este mundo se narra la particular historia de Rick Dalton y Cliff Booth, interpretados por Leonardo DiCaprio y Brad Pitt, respectivamente. El primero es un actor en decadencia y el segundo es su doble de riesgo. Por otro lado, está el personaje de Margot Robbie, Sharon Tate, esposa de Roman Polanski, quien debido a su escasa aparición en pantalla pareciera que sólo es la alegre vecina de Dalton. Sin embargo, a pesar de la lentitud en algunos pasajes, el exceso de duración en otros o lo secundario que lucen unos cuantos más, las escenas son narradas así para culminar de forma espectacular en el desenlace de la cinta.

Una pista para confirmar que todo lo que aconteció tuvo su apogeo en el desenlace mencionado se aprecia en los primeros minutos en una línea de Rick Dalton cuando dice: «Quizá estoy a una fiesta de piscina de protagonizar una película de Roman Polanski», al mencionar que desde hace un mes su nuevo vecino es el director polaco, estrella en ascenso durante aquella época. 

A partir de esa mención, las narraciones de los tres personajes se tornan independientes entre sí, con el inevitable propósito de encontrarse en los últimos quince minutos. Por un lado está Rick Dalton buscando darle un chispazo a su carrera apareciendo en un programa de televisión western llamado Lancer. Durante su estancia en el rodaje del episodio, se percibe la ansiedad del personaje por dar todo de sí en un último intento por no caer consumido por la vorágine industrial de un Hollywood que se renueva y engulle a quienes no saben responder y adaptarse a la demanda del tiempo y del cine. Como consecuencia de la náusea que representa este escenario para Rick, tiene lugar una escena que, si no es la mejor, al menos es la más significativa, donde entabla una conversación con una actriz infantil con quien comparte pantalla. Esta niña, que para no perder concentración y pasión, se presenta como Marabella, nombre de su personaje en el programa, lo que es apenas un pequeño detalle de lo representativo que es el dialogo que mantiene con Rick, en el cual ambos reflexionan sobre la labor del actor, de meterse en el papel, de darlo todo para crear un personaje. El dialogo es una introspección del medio cinematográfico hacia sí mismo.

Por otro lado, se desarrolla a Cliff Booth, que ante problemas con el coordinador de dobles de riesgo, no trabaja tan constantemente como quisiera, así que cumple el rol de amigo, conductor y mandadero de Rick. Después de reparar la antena de aquél, se cruza por tercera vez con una hippie, y por morbo o por curiosidad, accede a darle un aventón. A pesar de ser doble de acción de Rick, Cliff no queda relegado en un papel secundario. De hecho, protagoniza una secuencia llena de tensión y nervio al buscar a un viejo conocido en el Rancho Spahn, destino de la chica hippie y sitio donde antaño él y Rick rodaron alguna vez. Es en esta secuencia donde podemos apreciar el dominio que tiene Tarantino sobre la cámara y los planos cuando a través del lenguaje cinematográfico nos quiere relatar algo. Mención aparte es la relación involuntaria que Cliff tiene a lo largo de ese día con la familia Manson, yendo a su guarida, topándose con la chica y viendo al propio Charles, cuando éste fue a visitar la residencia Polanski.

Resta el personaje de Margot Robbie, cuyos diálogos mostrados en pantalla son tan pocos, que hasta podría parecer que su personaje no es trascendental en la historia; no obstante, es hasta los minutos finales cuando se da a entender por qué su desarrollo fue tan distinto al de sus coprotagonistas masculinos. Esta aparente carencia de líneas es apenas justa y necesaria para hacernos comprender la candidez y la inocencia digna de una joven actriz del Hollywood de aquella época, representada por quien en la vida real fue asesinada por la familia Manson, lo que provocó una ruptura entre aquel Hollywood y el de los años posteriores.

Aunque durante todo el film se percibe la presencia del movimiento hippie en escenas completas como la de las chicas cantando por la calle ―canción cuyo autor fue el propio Charles Manson― y hasta en la sutil mención de Rick con «malditos hippies», es preciso recalcar que es a través de las respectivas narraciones individuales de Cliff y Sharon donde Tarantino nos transporta a lo que era convivir en esa época con tales individuos que vivían haciendo auto-stop, vestían ligero y proclamaban libertad y rebeldía.

Puntos en contra, aunque por supuesto subjetivamente debatibles, son algunas escenas como en las que aparece Bruce Lee, la de Rick preparándose en el rodaje de Lancer, o Cliff conduciendo por prolongadas escenas musicales a través de toda la ciudad; aunque las últimas dos se podrían defender mencionando que una funcionaba para exponer la rabia y el deseo por no morir de un actor que no encuentra su lugar en la maquinaria industrial de Hollywood, y la otra como una manera caprichosa por parte del director de mostrarnos cómo recuerda el mundo citadino y cultural donde creció, y la otra devela una etapa de Los Ángeles pasada. Por otro lado, la secuencia de flashback con el legendario artista marcial puede verse como un libertinaje creativo, razón por la que esta recreación ha sido tan atacada.

Como hacedor de cine, es destacable que Quentin Tarantino haya sabido mejorar la cinematografía con la que es capaz de filmar secuencias rutinarias y costumbristas hasta dotarlas de cierta atracción que conmueven al espectador, a tal punto que los actos más simples e irrelevantes, como dejar caer comida de perro en el plato, transmiten cierto desasosiego y relajamiento, además de que provocan que uno quiera imitar esas nimiedades sólo para sentirse algo así como parte de la película. Tal efecto logró con anterioridad mediante la hamburguesa de Jules, el strudel de Landa, la sopa en The Hateful Eight. Un fetiche casi como el de los pies, con su estilo personal dándole un toque ceremonioso y de ritual a la cotidianidad.

Volviendo a la historia, no necesita de un par de las características de Tarantino para ser contada, tales como la violencia o los diálogos sobre cualquier cosa que tienen algún trasfondo por ahí. Sin embargo, estas ausencias le han creado detractores. En la película no hay diálogos eclécticos y catárticos como con el que inicia Reservoir Dogs ―excepto el mencionado con Marabella―, o un personaje tan trascendental e imponente como Hans Landa. Y ya con la mención de la primera cinta y con referir al oficial austriaco más pintoresco, es inevitable recordar escenas tapizadas de rojo sangre, tan ausentes en esta nueva entrega del director.

No obstante, la poca violencia, que no se muestra de la forma esperada sino hasta el final, tiene su razón de ser, pues Tarantino es un director más maduro que relata parte de sus memorias con una película casi personal. A lo largo de los años, ha forjado su personalidad como cineasta y entiende que no hay cabida en una narrativa de este estilo para fuentes de sangre y desmembramientos tipo Kill Bill, y aunque es inevitable su presencia, precisa que su violencia sea ahora moderada, digna de su madurez cinematográfica y de la historia que está contando. 

Entonces, tras todo lo mostrado en pantalla, tras las peripecias de Rick en Italia ―junto con Cliff―, llega el final, en el que una confusión lleva a los miembros de la familia Manson a la casa de Rick, en lugar de la de Sharon, y un drogado Cliff, auxiliado por su perra, acaba con dos de los agresores, a quienes reconoció, mientras una tercera es incinerada por Rick con un artefacto que conservó de una película ―la cual es un guiño de Tarantino hacia sí mismo―. Este escenario trae consigo policías y ambulancias, ante lo cual era inevitable que algún vecino se enterara de que algo sucedió. Es así que Sharon Tate, curiosa, sorprendida, amigable, invita a Rick a beber algo en su casa, presentándole a los amigos con quienes habría muerto, y lo que sucede después de crear un lazo estable con la esposa del director más renombrado del mundo queda a expectativa del espectador.

En resumen, Once upon a time in… Hollywood cuenta la historia de cómo Rick Dalton, tras varios incidentes donde se involucran una secta de asesinos y una pareja que despunta en Hollywood viviendo al lado de su casa, logra revitalizar su carrera artística. A través de la narración de esta historia, Tarantino hace una reflexión tanto de su vida en Los Ángeles, con la añoranza por aquellos años implícita, como de su trayectoria como cineasta.

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Autor: Alan Rolon (Colima, 1996). Ha publicado ensayos en semanarios y cuentos en suplementos literarios universitarios y revistas en linea. Interesado en la literatura, el cine, la hermenéutica y los estudios respecto a la cultura.