Esferas de luz, color y aroma forman cúmulos que se mueven libremente en el espacio. Sus colisiones trazan estelas de vapor que se difuminan con el tiempo. Las trayectorias entre un cúmulo y el siguiente dibujan la constelación de una joven justa y bella. La pureza destella sobre su cuerpo permanentemente suspendido en el cielo.
Hace dos años nació el concepto de la obra. El cloqueo satisfactorio de una triángulo de billar partido por la primera bola es una sensación irresistible, al igual que la instantánea transición del orden perfecto al caos de dieciséis esferas de colores girando con toda variedad de impulsos y direcciones. El instinto primordial del humano por proyectar su voluntad sobre los objetos, representado en el juego, resplandece desde dentro de los patrones en la mesa conectándonos con un aspecto atemporal de la humanidad. De forma similar, proyectamos en el cielo constelaciones sobre las estrellas, que repiten en tiempos monolíticos las explosiones juguetonas de las bolas de billar.
En las estrellas depositamos nuestros más grandes valores. Son un solo lugar al cual podemos apuntar nuestra mirada. En sus formas miramos las figuras de inmensos antepasados como Astrea, la joven titánide que murió sin conocer la corrupción, la diosa de la justicia.
[0:00] En el silencioso lecho de una mesa de billar retumba de pronto el estallido de una esfera, un momento después son cinco los planetas que se desperdigan por el espacio. Cada uno, impulsado por su propia energía traversa el abismo hasta agotar su inercia. [0:24] El último en detenerse es el que detona, después de un primer aliento, la segunda explosión. Al estar todas las esferas iluminadas con su propio color, el campaneo de cada acorde resulta en un cúmulo de pigmentos graduados suspendidos en el tiempo. [0:57] Dos estruendos más grandes despiertan los trayectos de las esferas que ahora rebotan velozmente con las bandas laterales. [1:18] Las pelotas desperdigadas continúan cruzando sus caminos cada vez con menos energía hasta reposar por completo sobre la mesa. [1:40] Desde lejos, el profundo rodar genera un nuevo acorde y [1:58] nuevamente se desperdigan las esferas con gran inercia. [2:11] La larga resonancia de los colores nos eleva la mirada hacia el cielo que resulta ser completamente indistinguible del juego de las esferas, donde el inmenso espacio es el campo en el que las estrellas viajan colisionan. [2:32] La danza se reinicia, ésta vez sobre la bóveda celeste, [2:53] generando igualmente destellos estruendosos. Ahora las esferas ya no atraviesan los centímetros de la mesa como pelotas, sino las colosales distancias entre estrellas. [3:04] En el vasto espacio entre una nota y otra quedan colgadas las estelas coloridas de cada nota. [3:26] Una vez reposando las estrellas en su lugar, se hierve la fuerza que inicia el final de la obra. [3:36] Velozmente arranca el disparo de una línea de oro. Su travesía en el cielo pinta con luz los caminos entre una estrella y otra. Vuela, se retuerce, se enreda, una sola línea dibuja en el cielo la inmensa figura de la titánide más bella. Nunca con una imagen se pudo observar la belleza verdaderamente esencial hasta que se trazó en el cielo la primera constelación. [4:30] Al haber cumplido su propósito, las últimas pelotas sobre la mesa pierden una a una su energía, cayendo todas, [4:54] hasta la última, en el sueño profundo dentro de sus canastas.
Lo efímero del juego sería insoportable sin la permanencia de las estrellas. Los patrones hermosos de las pelotas pueden hacerse y deshacerse con gusto, puesto que siempre habrá estrellas suspendidas donde mirarlos de nuevo y siempre podemos iniciar el juego otra vez.
Gracias sinceras a todos quienes asistieron al concierto en la Facultad de Música de la UNAM y a quienes han leído esta columna por prestarme un poco sus tiempos, ojos y oídos. Es siempre grato compartir con ustedes los trayectos. Las gracias más grandes a Carol, por traer con tanto afecto los pequeños puntos negros desde el papel a la vida.