Pantalla negra –como las cenizas– como una película a punto de comenzar (¿o de terminar?). Subtítulos que comienzan: “La escena de un incendio proyectada sobre la pantalla incendiada de una sala de cine”. Una historia que, tal vez, podría ser la nuestra. Podríamos ser nosotros los protagonistas, aquellos que, en medio de una función cinematográfica cualquiera, confundimos el bombardeo proyectado por la cinta que miramos con las llamas que abrasan ya el edificio entero en el que nos encontramos; ahí donde la representación se convierte en la cosa misma que emula.
Se trata de la pieza Sabemos cómo es el fuego, del artista mexicano Daniel Monroy Cuevas, presentada por primera vez hacia 2018 en el ESPAC (Espacio de Arte Contemporáneo) de la Ciudad de México. La obra se articula a manera de video –mismo que aquí reproducimos– en el que se desatan reflexiones en torno al tiempo y al espacio perdidos entre las llamas de aquel día histórico en que la Cineteca Nacional ardió, llevándose consigo cientos de cintas cinematográficas, recuerdos, evidencias políticas y muros divisorios entre realidad y fantasía. ¿De qué lado de la pantalla se encontraba el fuego? ¿En dónde se originó?
Cuando, en 1963, se estrenó el ahora clásico del director londinense Alfred Hitchcock, Los pájaros, los espectadores de la cinta fueron sorprendidos al abandonar la sala con el sonido de feroces parvadas que, como en la proyección que acababan de presenciar, se encontraban ávidas por atacar a cualquiera que se encontrara a su paso. Se trataba de grabaciones provenientes de bocinas escondidas detrás de los arbustos. Este hecho, que puede entenderse como una irónica broma por parte del director, ponía ya en duda la endeble línea entre la ficción que la pantalla del cine presenta y la realidad fuera de ella, en un acto que fusionaba ambos escenarios.
En Sabemos cómo es el fuego, Daniel Monroy plantea la misma cuestión. A través de una narración casi poética, reconstruye en nuestras mentes –como si de una reproducción cinematográfica se tratara– la escena de aquel 24 de marzo de 1982 en el que la Cineteca Nacional sufrió un catastrófico incendio. Entonces, La tierra de la gran promesa, cinta polaca, se proyectaba momentos previos a la catástrofe, en cuyas escenas podía adivinarse lo que pasaría, casi como si se tratara de un presagio, de una advertencia o de una clase extraña de juramento. Las imágenes de la película parecerían desbordarse más tarde por la pantalla, y los espectadores participarían en la misma trama que unos minutos antes sólo observaban desde la comodidad de sus asientos. “¿Cómo poder describir el momento en que los dos fuegos coinciden?”, se pregunta Monroy.
Las distintas realidades, aquellas que ocurren simultáneamente de cada lado de las pantallas, se nos presentan constantemente como indiscernibles unas de las otras (tal vez a ello se deba, en parte, el gran éxito del séptimo arte). En este sentido, y tal como ocurrió en el momento que Monroy rememora, el cine se convierte en una entidad que no sólo posee vida propia, sino también voluntad de suicidio, como demostraría aquel día de 1982.
El planteamiento de Monroy se mueve peligrosamente entre la despolitización de los hechos relacionados con el incendio de la Cineteca y la riqueza de una reflexión de corte filosófico como la que nos ofrece en su obra. Será el espectador quien deba conciliar ambas partes en su mente.
Autor: Sofía Amezcua Apasionada por la cultura y sus manifestaciones. Historiadora del arte en formación. Ser narrativo. |