Guadalupe Nettel de frente a la maternidad

La maternidad es un tema constante en la escritura femenina, tanto su presencia como su ausencia; pueblan los libros las magnae matres así como las mujeres que se niegan a cumplir un estereotipo asociado a su sexo y hablan con poca dulzura respecto al hecho de ser madres.

En este último caso, los casos emblemáticos son Rosario Castellanos con sus poemas a su hijo Gabriel y Delmira Agustini, con su libro Los cálices vacíos. Sin embargo, en la literatura reciente, las escritoras jóvenes se han dado también a la tarea de hablar sobre las nuevas maneras de abordar la maternidad y las diferentes aristas que la cruzan actualmente, ejemplo de ello son Fernanda Melchor en cuya novela, Temporada de huracanesse narra la relación entre una madre y su hija, poniendo especial interés en el abandono paterno; por otro lado, encontramos a Valeria Luiselli quien en sus crónicas sobre la migración hacia Estados Unidos narra la crueldad con la que las mujeres, muchas de ellas madres, son tratadas en su intento de huir de la violencia y entrar al país del norte.

Guadalupe Nettel, una autora brillante a quien por alguna desconocida razón le tuve reticencia durante algún tiempo, se inscribe en este panorama con su libro de cuentos El matrimonio de los peces rojos. Leer este libro rastreando la construcción de la maternidad permite entenderlo como un libro completo pues me parece que no existe cuento en él en el que no se traten las relaciones maternas.

El matrimonio de los peces rojos explora las relaciones entre los humanos y los animales y que algunos han propuesto leer como un bestiario y me parece más si es posible esa lectura, un bestiario humano: una exposición, una galería de personajes peculiares. Las madres, en particular, se hacen presentes en todos los cuentos (hay que recordar que incluso la ausencia es un acto de presencia); no obstante, no hay una madre arquetípica, no hay un momento en el que se diga ‘madre’ y una sobreentiendida serie de valores, conductas y comportamientos automáticos aparezca en la mente del lector; este libro formula diferentes escenarios para ser madre: matrimonios «comunes», una sorpresa tras una noche única de sexo, un divorcio; y también diferentes personajes que habitan esos espacios.

En el cuento homónimo del libro, la protagonista no puede regresar a trabajar a causa de haber dado a luz recientemente, asunto que sin ser una declaración, deja sobre la mesa los obstáculos puestos a aquellas mujeres quienes se les niega el ejercicio profesional por ser madres. Esta mujer además regresa a la familia, a la madre, cuando tiene problemas matrimoniales y, finalmente, carga con su hija de regreso a ese mismo lugar cuando decide terminar con su matrimonio. A pesar de que es visible el amor profesado por parte de la madre hacia la pequeña, Nettel pone en voz de la personaje el siguiente diálogo por el cual muchas mujeres son culpabilizadas de manera frecuente:

Adoraba a mi hija y, en general, disfrutaba muchísimo su compañía. Sin embargo, también necesitaba pasar momentos sola y en silencio, momentos de libertad y recreo en los que recordaba, así fuera durante un par de horas, mi individualidad.

La decisión de alejarse de los hijos por cuestiones personales trastoca el axioma del vínculo irrompible de amor incondicional entre la madre y los hijos, pero la escritora sigue usándolo en el segundo cuento: «Guerra en los basureros». El escenario del cuento presenta a tres madres: Clemencia, una de las dos empleadas domésticas de la casa, Claudine, la tía, y la madre del protagonista. Cada una ejerce un diferente tipo de maternidad, que se cruza en gran parte por la cuestión económica. El personaje, no obstante, prefiere a su madre a pesar de gozar de mayores comodidades con los tíos a quienes fue encargado:

Todas mis dudas desaparecieron en aquel momento: por más adaptado que estuviera a esa nueva familia, era a ella a quién pertenecía y era con ella con quien deseaba vivir.

«Felina», el tercer cuento de la colección me parece el más interesante pues pone en contraste la maternidad de Greta, una gata, y la protagonista. Mientras para la primera es hasta cierto punto, ameno y cuidado, para la segunda es intempestivo y padecido. La elección entre la maternidad y «la vida propia» mueve todo el cuento: ir a una universidad prestigiosa o hacerse responsable de un hijo, sin embargo, esa elección no llega a darse. Por otra parte, se explora una tercera relación maternal: la de Marisa, la asesora de tesis, quien en todo momento está pendiente de la personaje principal y sus necesidades; ejerce una protección incluso cuando la protagonista está indispuesta tras su aborto.

Dos temas me parecen que atraviesan los cuentos: el distanciamiento de los padres en todo el proceso, es decir, la preocupación por afrontar sola la difícil tarea de criar a un hijo y, por otro lado, la disyuntiva entre ser madre y la carrera profesional. La pregunta que cabe aquí es si ser madre es verdaderamente un oficio aparte pues me parece que es entendida así en el momento en el que se le encarga a las mujeres la tarea completa de hacerse cargo de los hijos.

Ser madre en el siglo XXI es una tarea complicada: no sólo por la dimensión de la dificultad de cuidar a los niños en un mundo que sin lugar a dudas se encuentra en peligro, sino porque necesita de una serie de reflexiones pues la maternidad actual implica cuestionar los términos sobre los que está construido el papel del madre.

La misma Nettel escribe en un texto a propósito del día de las madres: «Se sigue hablando muy poco de la inmensa cantidad de trabajo que la maternidad representa; de la pérdida de libertad, intimidad y tiempo para realizarse profesionalmente que implica la crianza de los hijos. Pocas escritoras se han atrevido a abordar el tema por miedo al juicio negativo de la sociedad […] ¿Qué valores deberían exaltarse hoy? Para comenzar el de la madre libre, asegurándonos de que la maternidad se decida con plena conciencia en vez de constituir una imposición».

Hablar de la maternidad en la escritura femenina puede parecer un lugar común; sin embargo, negar esa estrecha relación es negar el sinfín de reflexiones que han dedicado las mujeres a ellas mismas y a las maneras en las que se vive la feminidad. Reconocer ese vínculo y ponerlo sobre la mesa funciona al mismo tiempo para voltear a ver a las grandes escritoras de la tradición como para unirlas con las mujeres que lideran las nuevas generaciones de literatura mexicana y encontrar destellos hacia las grandes preguntas que nos seguimos haciendo.

Giselle González CamachoAutora: Giselle González Camacho
Chiapaneca que a veces escribe. Me interesan las literaturas populares, el origen de las palabras, el trabajo comunitario y la escritura femenina. Léeme en Twitter: @gissiegonzalez