La música, como todo lenguaje humano, lleva dentro de sí la presencia de una intención comunicativa. No existe canción, obra o fragmento musical que esté privado de cierto carácter semántico que pueda llegar a adoptar un significado al ser recibido por un oyente. A partir de su propio contexto, ese receptor le dará un sentido propio a aquello que escuchó, transformando la sonoridad en un valor semántico.
Esta característica intrínseca de la música ha sido aprovechada dentro de diferentes ámbitos, que van desde el desarrollo de música ambiental para restaurantes y hoteles hasta el empleo de la misma en la industria mercadotécnica con la creación de comerciales y spots publicitarios.
Pero de entre todas las formas de expresión que con el paso del tiempo han usado la música como un elemento que dota de significado dentro de su conformación, la del lenguaje cinematográfico es la que ha logrado generar uno de los fenómenos más complejos e interesantes de todos.
Con el surgimiento del séptimo arte no sólo se fundó una nueva manera de concebir la creación artística mediante la combinación de elementos auditivos y visuales, sino que se configuró todo un nuevo lenguaje a través del cual se han logrado expandir los límites de los modelos narrativos
Así, dentro de la industria cinematográfica, la música ha pasado a formar uno de los elementos significativos más importantes dentro de las narraciones que presenta. Abandonando su papel accesorio, la música cinematográfica se encarga de dar tono, color, ambiente, significado, fuerza, al grado de que en muchas ocasiones al momento de estar viendo una película podría considerarse imposible concebir la parte visual sin la parte auditiva.
Tomemos el siguiente ejemplo.
Ambos vídeos le corresponden a la escena inicial de la película The Shining (1980) de Stanley Kubrick. Esta secuencia es considerada por muchos críticos como una de las escenas iniciales más icónicas de toda la historia del cine de terror. A pesar de ello, como puede observarse en el primer vídeo, basta cambiar la música para que el efecto producido sea completamente diferente. Teniendo de fondo una canción de folk podríamos llegar a pensar que la película de Kubrick es en realidad una comedia romántica protagonizada por Adam Sandler.
Entonces, ¿qué es lo que produce el ambiente de terror en esas tomas abiertas de una carretera en medio de las montañas?
La parte sonora es la mayor responsable del efecto. La música de esta escena está compuesta sobre una variación de la melodía del Dies Irae, un canto gregoriano del siglo XII que narra el día del Juicio Final. Durante siglos, la melodía de este himno ha sido usada por músicos que van desde Mozart hasta U2 para transmitir un efecto en específico: tensión y desconcierto.
Por ello, desde las primeras ocho notas de la melodía, la referencialidad de la música ya apela al inconsciente colectivo. Las imágenes del automóvil avanzando por el bosque son complementadas por el tono oscuro de la música, generando un nuevo significado que nos remite a la idea de la fatalidad que se aproxima. Al percibir el conjunto de la melodía lúgubre y la lejanía del paisaje comenzamos a intuir que lo que nos espera son dos horas de película del más desconcertante terror psicológico.
Sin embargo, dentro del lenguaje cinematográfico, muchas veces la música pasa de ser solamente un recurso para crear atmósferas y entornos a entrar de lleno a reforzar la narratividad de las imágenes a las que acompaña.
Un ejemplo muy claro de esto último podemos observarlo en la escena de la ducha de Psycho (1960).
Esta secuencia creada por Alfred Hitchcock fue pensada en un primer momento sin la presencia de ningún acompañamiento musical. Sin embargo, durante la edición de la película, el compositor Bernard Hermann logró convencer a Hitchcock de incluir el ahora famoso tema para cuerdas que terminó consolidando la escena de la ducha como una de las más recordadas de toda la historia del cine.
Aquí la música no se encarga de ambientar la escena, sino de reforzar y ampliar su intención. Al inicio, solamente está presente el sonido del agua de la regadera cayendo. La tranquilidad lo domina todo hasta que el silencio se rompe con la irrupción del tema para cuerdas que es complementada por la imagen de una mano que descorre la cortina de baño. Las violentas arcadas de los violines se acompasan con las puñaladas que terminan arrancándole la vida a Marion Crane. Después, de nuevo el silencio.
Pero hay veces en donde la música puede llegar a tener un papel todavía más predominante dentro de una película. Hay bandas sonoras en donde cada personaje tiene su propio «reflejo sonoro», es decir, que cada personaje responde a un tema musical en específico. Conforme va avanzando la película y el personaje se transforma, el motivo musical del personaje también evoluciona, cumpliendo así una función narrativa que podría interpretarse como una forma de écfrasis musical, una representación sonora que parte de otro fenómeno expresivo, en este caso, el personaje de una película.
Ejemplos de este uso narrativo dentro de las bandas sonoras podemos encontrarlos en sagas como Star Wars o The Lord of the Rings. En estas películas se logra una mayor profundidad dentro de la conformación de los protagonistas al asignarles música con ciertas características que redondean la personalidad de los mismos, y que al acompañarlos a lo largo de toda la saga, terminan generando una mayor identificación por parte del espectador.
A pesar de que el campo de los estudios musicales dentro del cine ha tenido un gran crecimiento durante los últimos años, la mayoría de la gente aún desconoce la importancia que puede llegar a tener la música dentro de una película.
El hecho mismo de conocer un poco más a fondo el funcionamiento de la música cinematográfica no sólo sirve para reconocer el esfuerzo de todos aquellos compositores que dedican su vida a crear bandas sonoras memorables, sino que nos permite a nosotros como espectadores disfrutar aún más de aquellas escenas en donde más de una vez la música ha provocado que mediante un sólo sonido se nos erice la piel.