Fútbol: la escisión entre espectáculo y realidad || José Dehilario

A mí no me gusta jugar futbol. Soy malísimo. Cuando intento un disparo a portería, sale un centro. Cuando intento un centro, sale un despeje, y en la mayoría de ocasiones no me sale absolutamente nada. Mi poca habilidad para jugar fútbol pronto se convirtió en desagrado hacia practicarlo e incluso a verlo. Me aburría ver partidos de fútbol y, guiado por una ligera sensación de despecho, despreciaba a los que lo veían.

Esto cambió, hace cerca de un año, cuando tuve una cita con mi dentista. No fue el dentista el que me cambió de opinión. Fue una pequeña televisión que tenía en su sala de espera. Era una pequeña pantalla ubicada justo enfrente del sillón en el que estaba sentado y era la única fuente de entretenimiento en la habitación. Cuando vi que mi teléfono tenía 10% de batería, me di cuenta que iba a tener que “disfrutar” lo que sea que saliera de esa pantalla hasta que llegara mi turno. Imagínense mi cara de fastidio cuando anunciaron la transmisión de Islandia contra Inglaterra.

Pasaron como 20 o 30 minutos para que me llamara el dentista. Ese fue tiempo suficiente para comprender la importancia que tenía ese partido para el equipo islandés, para ver los goles que ese día se marcaron y para sentir la emoción de estar presenciando una versión futbolística de David vs Goliath. Estaba tan inmerso en el juego que, mientras me dirigía al consultorio, caminaba mirando hacia el televisor para que me perdiera lo menos posible.

Cuando mi dentista acabó, salí disparado hacia la sala de espera. Alcancé los últimos minutos del partido, justo a tiempo para ver a Islandia ganar y celebrar así:

https://www.youtube.com/watch?v=PVq0MrmezpI

Les juro que quería poner de pie a media sala, levantar las manos y empezar a celebrar con ellos.

Algo muy curioso pasó después de ese día. Sigo siendo malísimo jugando fútbol. Aún no me gusta practicarlo, pero me he vuelto fan de mirar las transmisiones de los partidos por televisión. ¿Cómo es posible que a alguien le guste ver fútbol pero no jugarlo? Cuando empecé a seguir un poco más este deporte, me di cuenta de que lo contrario también pasaba. Hay muchas personas que les encanta jugar futbol, pero no verlo. Incluso entre los mejores jugadores del mundo.

Detrás de que haya personas, como yo, a las que les guste más ver fútbol que jugarlo hay algo más profundo que una simple cuestión de gustos. Hay algo que Guy Debord llamó la sociedad del espectáculo. La idea fundamental detrás de ella es que la experiencia se ha escindido de la apariencia y que la sociedad moderna privilegia a la segunda, la manipula y la comercializa en forma de espectáculo. Para Debord, el mundo contemporáneo enfrenta esta situación en todos sus ámbitos. Los individuos de esta sociedad estamos acostumbrados a ser espectadores o actores, personas que crean apariencias o las consumen, pero ya no individuos que experimentan las situaciones en las que están inmersos.

La copa mundial es un claro ejemplo de esa escisión. Un evento deportivo de treinta días que es transmitido por todo el mundo. No se transmite la experiencia de un partido de fútbol, sino su apariencia. Pero como la apariencia de un partido de fútbol de todos los días podría ser insulsa y aburrida, esta se manipula para comercializarla al máximo. Se traen a los mejores jugadores del mundo para que lo que se vea en la pantalla siempre sea impresionante. Se reproducen varias veces los mejores momentos o, como en el caso de la celebración de Islandia, se graban para que los disfrutes después. Se construyen rivalidades históricas, héroes herculianos con habilidades sobrehumanas y, lo que me parece más interesante aún, naciones.

Por unos días, Alemania no es el país, no es el territorio ni es su gente. Es su equipo nacional. Lo mismo con España, con Francia y con México. En el contexto del mundial, bajo la sombra del espectáculo, un país se sustituye por un equipo. Ya Debord nos alertaba de ello. La apariencia no solo se escinde de la experiencia, sino que la sustituye

Allí es donde la magia empieza a aparecer. Así como a mi me ocurre con jugar futbol y ver fútbol, hay una escisión entre ser un ciudadano de tu país y seguir a tu país en el mundial. El orgullo nacional es sustituido por el orgullo por los jugadores de tu país. Messi se convierte en un tesoro nacional. Uno puede emocionarse por México, el equipo, aunque su experiencia de México, el país, lo mantenga en la más profunda apatía.

Esta escisión lleva consigo algo de enajenación. Eso es cierto. Si nos vamos al extremo, terminaremos hablando más de lo que podemos hacer para mejorar la participación de México en el mundial que para solucionar los problemas que México enfrenta a diario o terminaremos ocupando tiempo que podíamos usar para presentar propuestas para el pueblo mexicano para dar ánimos a la selección. Tampoco creo que esa separación, entre el México real y la apariencia que queda a través de los ojos de un aficionado al fútbol, sea mala por sí misma. No podemos construir de aquí un argumento para defender la superioridad moral de aquellos que no ven futbol, pues que no tengas interés en la apariencia de México en este mundial, es decir el equipo nacional, no hace que automáticamente tengas interés en el México real.

Lo único que podemos llegar a afirmar es que la escisión que hay entre jugar futbol y ver fútbol es distinta de la escisión entre el México real y el México virtual. Mientras que yo puedo disfrutar al ver el mundial sin nunca tocar un balón, no podemos permitirnos quedarnos solo disfrutando de un México virtual sin nunca regresar la mirada al México que vivimos a diario. Si hay algo que nos hace mejores personas es querer transformar al México real; y eso es independiente de que veamos futbol o no.

Por eso no hay que confundirse. No estoy diciendo que no se puede disfrutar muchas veces del México virtual. No estoy diciendo que no celebremos los goles de nuestro equipo nacional. Esto sería equivalente a decirles que no visitemos el México virtual que nos ofrecen en los Pueblos Mágicos, remodelados para cumplir las expectativas de los turistas extranjeros. Podemos disfrutar de todo ello o podemos no hacerlo. Pero, en cualquier caso, el México real, el que experimentan, disfrutan y sufren a diario los mexicanos, debe permanecer en nuestras mentes.

México (virtual) juega el próximo domingo. México (real) está en juego todos los días.

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José Eduardo Marcos Dehilario. Nací en Huejotzingo, Puebla en 1996. Desde entonces me he dedicado a conocer, experimentar y criticar todo lo que cae bajo mi mirada. Amo a la filosofía, la lógica y las ciencias computacionales. Estudiante de filosofía en la UNAM.

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