«La bohéme»: sentimientos, ópera y algo más

En 1896, el compositor italiano Giacomo Puccini estrenó una de sus más reconocidas óperas: «La bohéme». Junto a las fantásticas letras de Giuseppe Giacosa y Luigi Illica, simplificó el ambiente parisino de la segunda mitad del siglo XIX -un acto similar al de Henri de Toulouse-Lautrec en el ámbito de la pintura y los carteles-, además de que configuró una tragedia romántica que bien puede conquistar al espectador mediante la semejanza de las emociones humanas.

La ópera es reconocimiento, ritmo, elegancia, pero sobre todo vida. En «La bohéme», la relación entre el amado-amante o la pobreza-riqueza, se presentan constantemente. Es por ello que esta obra, en lo particular, sigue aún vigente. Me gusta mucho esta pieza porque enaltece los sentimientos humanos y, por ello, se deslinda de los vínculos mitológicos, por ejemplo «El anillo del nibelungo» de Richard Wagner. Por supuesto que ésta última también valora y problematiza sobre las emociones o la moral en sí, pero indirectamente, en un plano correspondiente entre literatura, música, mitología.

Respecto a la literatura, las óperas que conozco fundamentan su estructura en una obra literaria; en el caso de «La bohéme», es la novela de Henri Murger, Escenas de la vida bohemia. Y es que toda la historia de Puccini rescata el carácter aparente de aquella vida gitana, libre, errante y desordenada. Una muestra de lo anterior es Rodolfo, un poeta y el personaje principal de la pieza junto a su amada. En su aria «Che gelida manina» declara el espíritu de un poeta parisino del siglo XIX, según Puccini.

¿Quién soy? ¿Quién soy? Soy un poeta.
¿Qué hago? Escribo.
¿Y cómo vivo? Vivo.
En mi alegre pobreza
derrocho como un gran señor
rimas e himnos de amor.

Es importante resaltar la relevancia del contexto de Giacomo Puccini, pues pareciera que el realismo debería ser la corriente predominante; sin embargo, el autor juega también con el romanticismo anterior para aclamar la pasión o para idealizar a la mujer amada -Mimi, personaje de la cual hablaré en breve-, y, al mismo tiempo, manifiesta la decadencia social y económica de la época. Por esto, el compositor italiano realiza una obra al estilo del «realismo romántico».

Los compañeros de Rodolfo -un pintor, un filósofo y un músico- pobres al igual que él, crean una representación auténtica del ocaso del arte. La situación en la que viven es muy precaria, por lo que es necesario quemar los poemas de Rodolfo para poder mantener la chimenea encendida en el invierno nevado de París. Por su parte, Marcello, el pintor, no ha conseguido vender un solo cuadro en algún tiempo, así que todos -viviendo en una misma casa- experimentan un descenso económico que aún hoy en algunos casos de las artes sigue presente.

Mimi, una mujer abandonada en la soledad, se enamora de Rodolfo por causa del destino, el mismo que condenará la finalización de la ópera -no en un sentido tan marcado- y que la convierte en una tragedia. La mujer, tierna, romántica, creyente, respetuosa, también vive en un contexto de pobreza. Ambos se enamoran en un instante y, luego de un jugueteo, culminan su amor con el aria «O soave fanciulla».

La historia contiene una carga de toda clase de expresiones: celos, coraje, resentimiento, amor, tristeza, desesperación; sin embargo todos los personajes subyacen el ámbito de lo romántico aunado a la concepción de la tragedia en la que el desenlace siempre acaba mal. En este sentido, óperas como «La traviata» de Giuseppe Verdi revelan una gradación de pasiones que contagian al espectador hasta llegar a conmoverlo.

En el segundo acto, se nos revela la otra parte de los enredos amorosos: el desamor entre Marcello y Musetta, una mujer coqueta que, aparentemente, sólo quiere riquezas. En una cena, Rodolfo, Mimi y sus amigos se encuentran con Musetta, quien va acompañada de un hombre adinerado. Al percatarse de que Marcello la ignora, pero muestra cierto interés, decide crearle celos. Para llamar su atención, interpreta la bellísima aria de «Quando me’n vo’».

Cuando voy solita por la calle,
la gente se para y mira,
y mi belleza todos admiran
de la cabeza a los pies…

La pareja decide reconciliarse y, visiblemente, todo termina bien. No obstante, en los últimos dos actos, la historia cambia; se produce un quiebre respecto a la línea de los personajes, por lo que la ópera puede dividirse en dos segmentos -los primeros dos actos y los siguientes últimos-. En estos, Puccini manejó la trama conforme a las desdichas, los desacuerdos y las desventuras. El personaje de Musetta es muy interesante, pues, aunque el amor representa un cambio en su vida, no se atreve a dejar sus costumbres de coquetería, por lo que Marcello se molesta y terminan nuevamente con su relación.

En 1830, Francia libró una guerra para quitarse el yugo absolutista; todos los personajes son la muestra de la decadencia que dejó la guerra y, por supuesto, también los ambientes en los que se sita la representación. Este deterioro social implica una crisis económica que, dentro de la obra, se presenta con el término que dio Puccini: la enfermedad de Mimi. Al ser un grupo de gente pobre, sin posibilidades de adquisición, las afecciones resultan un infierno, pues no es posible conseguir una cura. Tal como se ve en «La Traviata» -que a su vez está basada en La dama de las camelias de Alejandro Dumas-, un padecimiento físico culmina con la ópera. De este modo, puede establecerse la relación directa, además de la influencia, de la figura de Verdi como un modelo de la composición operística.

«La bohéme» encarna la experiencia humana del enamoramiento, de la desgracia, de la actuación. Su historia congenia con las vivencias que en todas las épocas están presentes, por lo que su ingenio -plasmado dentro de su desarrollo- «no pasa de moda». Lo maravilloso de la ópera o del teatro, reside en la magnífica capacidad de reinventar una creación de la comedia humana y atreverse a romper con algo dentro de nosotros mismos, ya sea con un aria o con un recuerdo.

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