Cuando crecemos, pasamos de largo eventos que son importantes quizá no en el instante en el que suceden, sino mucho tiempo después: abusos, traumas, secretos familiares y, por supuesto, aquellos de los que no nos damos cuenta nunca, como las maldiciones. Algunas de ellas derivan de nuestros padres y abuelos; sin embargo, otras las tomamos en nuestro propio camino. La combinación de ambos ingredientes forja nuestro propio destino, que, creamos o no en él, es el resultado de las malas o buenas decisiones de nosotros y de nuestros antepasados. No podemos correr ni huir de nosotros mismos. Michael Flanagan hace una reimaginación del clásico literario de Shirley Jackson y toca estos temas de manera terrorífica en La maldición de Hill House.
Esta predestinación está plasmada a modo de horror en esta adaptación que Netflix, junto con Mike Flanagan, hizo para modernizar un material literario que ha asustado por generaciones y que también se ha tratado de recrear, sin mucho éxito, en otras producciones.
El director Mike Flanagan tiene ya un historial de películas de terror y horror que seguramente ya habremos vistos muchos; si no lo has hecho, deberías visitarlas antes de ver La maldición de Hill House. Su estilo narrativo y cinematográfico está perfectamente plasmado en Gerald’s game, Oculus y Hush, que son ejemplos de cómo construye una situación durante mucho tiempo para crear la tensión requerida y llevar al público a donde quiere para dejarlos vulnerables ante el horror y el terror que les presenta.
La familia Crain, compuesta por los hermanos Shirley, Steve, Nell, Luke y Theodora, además de sus padres, Olivia y Hugh, han vivido situaciones horribles de las cuales Steve, que ahora es un escritor exitoso, ha extraído anécdotas para escribir una de sus mejores novelas de terror. Mientras esto sucede, y aunque parecía que todo el horror que habían vivido de niños sólo permanecía como una oscura memoria, su hermana Nell se suicida dentro de su antigua casa en Hill House. Este hecho trae a flote los secretos, las memorias y los demonios que esta familia ha estado ocultando bajo la alfombra por muchos años para darse cuenta de que la oscuridad no se encontraba en esa casa: más bien provenía de ellos mismos.
Pienso que la mayoría de las veces nuestro presente es resultado de nuestro pasado. Funciona como en aquella vieja parábola bíblica que dice que lo que siembras es lo que cosechas. Lamentablemente, y como comenté al inicio del texto, nosotros somos una mezcla de nuestros propios errores y los de nuestros padres, así de manera regresiva hasta la raíz de un problema que es tan viejo que no tiene origen. Por lo tanto, las raíces de nuestras maldiciones se remontan a muchas generaciones atrás. De algunas no logramos escapar nunca.
El horror dentro de Hill House no se debe a monstruos ni fantasmas. Todo es acerca del pasado, las culpas, los errores y, por supuesto, la distancia que se impone a familiares cercanos, las barreras de tiempo y espacio que colocamos ante los que queremos al entrar en una burbuja de ensimismamiento. El terror viene tomado de la mano con una creciente tensión familiar que va de mal a peor, de historias independientes de cada uno de los cinco hermanos que abarcan adicciones a las drogas, codependencias sentimentales, relaciones destructivas y negación de deseos.
Todo lo anterior se vincula con un excelente estilo cinematográfico que incluye cinco planos secuencias dentro del capítulo «Dos tormentas», con una duración cada uno de 14, 8, 17, 6 y 4 minutos, sin ningún truco de efectos especiales, en una coreografía perfectamente ensayada y ejecutada por todo un mes antes de introducir a los actores; además, asistido por un staff de cien personas. En este capítulo, se desarrolla todo el nudo de la historia y se desata la tensión familiar que se había construido en los primeros cinco. Esto lo convierte en un detonante determinante dentro de la serie, con una calidad de actuación impecable, que mantiene la intención de los personajes todo el tiempo y que atrapa a cualquier espectador.
De esta manera, no sólo es complicada la técnica para filmar la serie, también lo es la complejidad de los personajes al tomarse el tiempo de describirlos durante cinco capítulos y hacerlos explotar dentro de un drama familiar en el sexto, que incluye saltos del presente al pasado de manera magistral mientras se encuentran en el velorio de uno de ellos.
Los personajes de los cinco hermanos son simbolismos de los cinco estados del duelo al perder a alguien muy cercano:
Steven es la negación, Shirley el enojo, Theodora representa la negociación, Luke es el símbolo de la depresión y Nell el de la aceptación. Esta representación sicoanalítica de los personajes lleva la serie a otro nivel y no solamente se queda en la idea del susto fácil, sino que se construye todo un momento con toda la intención de llevar al espectador a una catarsis para que se identifique en cada uno de los personajes. Éste, al verse reflejado en sus conflictos, queda vulnerable para el horror que viene a consecuencia de estos problemas familiares.
El terror en La maldición de Hill House no se encuentra precisamente en la mansión, sino que viene desde adentro de cada uno de sus integrantes familiares. Esto no quiere decir que la serie no toque el tema de los fantasmas o los demonios; al contrario, aunque estos sirven precisamente como una metáfora de todos los sentimientos estancados, problemas no hablados y distancias tomadas dentro de la familia. Todo lo anterior le da un sentido al susto que te deja vulnerable ante tus propios vacíos emocionales y familiares.
Así, La maldición de Hill House no es una serie para tomarse a la ligera, pues resulta pesada en su contenido y no es de susto fácil. Te dejará pensando en tus propias errores, demonios y maldiciones, al grado de que no dejarás de dormir por ruidos en tu casa, sino por no saber cuál será tu destino. Al fin y al cabo, todos somos marionetas de una fuerza mayor a nosotros. ¿No es cierto?