Pintura: Katia Lisant leyendo, de Balthus
Casi siempre juzgo los libros por sus portadas. Salvo cuando voy en búsqueda de un título específico, mi experiencia al rentar o comprar libros es principalmente guiada por lo superficial. Me gusta recorrer estantes esperando encontrar objetos que me resulten atractivos y, con algo de suerte, irresistibles. Tengo preferencia por los libros pequeños, de apariencia no plasticosa, con poco brillo y que tengan un toque que me atreveré a nombrar como artesanal y femenino. Diría que mis criterios de selección son infalibles. El contacto piel a piel con los libros se adelanta a la lectura que, cuando llega, no hace más que profundizar en el enamoramiento. Hay, obviamente, ocasiones en las que los libros dicen cosas aburridas u horribles y tengo que conformarme con la posesión temporal o permanente de objetos hermosos. Por esto, considero que siendo superficial es difícil salir perdiendo.