Teófilo Buenaventura esperaba la señal del semáforo para cruzar la calle. Se dirigía al almacén de don Mario, distante a dos cuadras de su casa, en la esquina de calle Latadía y Américo Vespucio.

Teófilo Buenaventura esperaba la señal del semáforo para cruzar la calle. Se dirigía al almacén de don Mario, distante a dos cuadras de su casa, en la esquina de calle Latadía y Américo Vespucio.
Aunque lo sujetaba firmemente en la mano derecha, a la niña se le escapó el tiempo. Estaría, quizá, entre las arrugas de su rostro.