Yo, señores, soy de Zapotlán el Grande. Un pueblo que de tan grande nos lo hicieron Ciudad Guzmán hace cien años. Pero nosotros seguimos siendo tan pueblo que todavía le decimos Zapotlán. Es un valle redondo de maíz, un circo de montañas sin más adorno que su buen temperamento, un cielo azul y una laguna que viene y se va como un delgado sueño.[1]
Y de aquel delgado sueño, en el que se sumió Juan José el 3 de diciembre de 2001, hemos pasado un viene y va del tiempo, soportando durante diecisiete años la ausencia del maestro. En este 2018, año convulso de efervescencia social, sin rumbo especifico en un tren donde sólo basta que lo tomemos para que tengamos sentido de la existencia (o al menos la noción de ella o algún rumbo), se conmemoran los 100 años del nacimiento de una de las cumbres de Zapotlán. Otra cúspide de Jalisco, ya como lo dijo Juan José, es José Clemente, “el de los pinceles violentos”.