Revelaciones
Alexander Graham Bell arrojó al futuro
esta pequeña cosa que llevo en el bolsillo,
que me espera paciente en un rincón de la casa,
que me acecha silenciosa todavía en la oficina:
ha colonizado el mundo con voces que no son suyas
y nos obliga ruidosamente a contestarlas.
Contengan la noticia horrenda o la venganza que nos dibuja
un rictus que no reconoceremos nunca ante los otros;
sean el aguijón de nuevas urgencias o breves palabras
que serenan y apaciguan, él las trasmite igual
que a la cobarde amenaza que no tiene un rostro,
los saludos inútiles en cada aniversario o el estúpido
intento de vendernos interminablemente algo.
Indiferente a lo que dice su micrófono,
lo lleva a miles de kilómetros para que inevitablemente lo reciba alguien,
como un bombardero atento sólo a la puntual
entrega de su carga que cambia las cosas para siempre.
Quizá su placer desde hace un siglo sea engañarnos
creyéndole que hablamos con los vivos,
cuando al teléfono exclusivamente lo hacemos con fantasmas.