Una de las razones por las que confundimos ciertas cosas se debe a que no comprendemos la estructura del mundo. Sabemos que el bien puede causar mal y viceversa, por eso solo tomamos partido en aquello que se ajusta a nuestro interés. Leía hace poco un ensayo en el que no dejaba claro lo que se quería argumentar. El autor centraba su crítica en torno a la belleza física y su elección, luego hablaba del amor y finalmente confundía la belleza con la variedad (en este caso citaba a Lope de Vega cómo si fuera fundamental tener un soporte para tal equivocación) el ensayo terminaba dedicándoselo a un enamoramiento físico. Después hacía referencias a Marx, Platón, y no sé a cuántos filósofos. Su sustento en estos filósofos estaba lejos de ser una interpretación correcta. Más que ser un ensayo que intentaba aclarar el problema de porqué deseamos la belleza exterior en contraposición con la belleza interior, sentía en sus palabras un problema de personalidad: este autor no podía aceptar ser lo que es. Es por ello que centro mi atención a la primera línea expuesta en este ensayo: No comprendemos la estructura del mundo.
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La moral, una fantasía para el olvido por Nullius Ectopos
El conducto por el que pasa la felicidad se atasca al olvidar la moral. Ahí radica nuestra maldad, en el olvido. Sobre todo olvidamos a nuestra mujer, a nuestra novia, a nuestras amigas o amantes. Y la mujer olvida al hombre fiel que alguna vez enamoró su corazón. Prefiere los labios de un hombre viril y guapo. ¡Con qué crueldad humillamos nuestro carácter! La virginidad desde este punto de vista feroz y ridículo, es la razón más importante para olvidar el dolor de la menstruación. El placer de la sangre. ¡Vaya qué gran placer!