Recuerdo bien al viejo. Sentado en su rincón, inmóvil, ausente. Estatua de cobre que respira. Nudillos hinchados, cicatrices abultadas y un ojo ciego. Reposaba entonces en su banquillo como tanto tiempo atrás, esperando el siguiente campanazo, con el cuerpo inclinado hacia adelante, como ansiando salir para poder saber si aún quedaba algo de lucha en sus cansadas piernas. Gruñía, refunfuñaba y se quejaba. Sobaba sus costillas maltrechas intentando sacarles un golpe que hace mucho dejó de estar ahí. Luego apretaba sus nudillos doloridos e hinchados, pasaba la mirada por las cicatrices de sus manos mientras hacía recuento de qué fractura llegó en qué pelea y cerraba sus puños con fuerza para hacer crujir sus articulaciones.
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Del puño a la palabra: La literatura y el boxeo
El guante y la pluma. La palabra y el golpe. En estos casos, la diferencia es una línea sutilmente marcada por gustos. El box y la literatura son artes -por su agudeza representativa como metáfora del orbe, además de que poseen matices como la referencialidad en el público- que confluyen por una misma vertiente: la cuestión de expresarse única e inigualablemente para destacar en un medio.