Etiqueta: literatura otredad

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Cauces – Poemas de Dante Vázquez M.

Sala

Conduce el río al caimán. Es cierto, pero corriente arriba, 
sería peor; conduciría a los dioses que crearon al caimán. 

Eduardo Lizalde

I

A mediodía el sol reposa sonriente
en el sofá arlequín.
El invierno también trae consigo calor: 
uno a uno van llegando, 
en silencio o a carcajadas, 
los monosílabos de la familia. 
Un yo es un tú en un él,
que se multiplica en un ellas, 
y en un nosotros y en un ustedes, 
en el centro cristalino de la mesa 
sobre la alfombra avellana.

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Las vueltas de la felicidad – Cuento de Marcelo “Colo” Pascale

La felicidad estaba ahí, la tenía muy cerca. Palpable, pero inalcanzable. Para él siempre era lejana, ajena. Intocable. La música lo ensordecía, sabía que nunca la bailaría. Le retumbaban sus acordes graves, viejos, gastados, repetidos, mezclados con las risas de los niños, estridentes, agudas, chillonas. Era el tren de la vida que pasaba delante de él y no permitía que se suba, él sabía que jamás conseguirá ese boleto que lo lleve a dibujar una sonrisa.

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Cuántas nubes (o encara persisteixen els núvols baixos) – Cuento de Gabriela Almanzar

Para Sam

Encara no ha arribat l’estiu, decía la Laia porque no, aún no llegaba el verano, se encogía de hombros y se enrollaba la bufanda en el cuello una vez más. La bufanda que se extendía hasta la cintura y el cuello que soportaba al menos dos vueltas adicionales. L’estiu no ha arribat, repetía la Laia mientras se calzaba las botas hasta la rodilla y miraba por encima del hombro para asegurarse de que Emilia la escuchaba, de que Emilia no dormía. No, no cal portar impermeable, decía la Laia mientras elegía el abrigo del día, mientras lanzaba todos los que no lo serían sobre la cama, sobre la alfombra, sobre las medias sobre la alfombra. I tu què faràs avui has de hacer algo hoy, preguntaba afirmando la Laia y collons, deberías moverte hoy, buscarte algo, alguna coseta, decía la Laia mientras los labios rojos y las pestañas largas y un giro rápido frente al espejo. Me voy, fins després y la puerta se cerraba tras ella. Y se abría de nuevo. T’estimo, Emilia, muchísimo. Y de nuevo el golpe de la puerta y el eco de las botas que se apresuraban a bajar las escaleras de dos en dos y nada más. Entonces Emilia se sabía sola, enterraba la cabeza en la almohada y gritaba. Entre plumas, entre hilos, entre blanco. Luego miraba al techo y extendía los brazos. Parpadeaba. Sólo parpadeaba. Por qué siempre le hablaba en catalán. Estiraba las piernas y movía los dedos de los pies, dedos independientes que movía uno a uno, para que la sangre fluyera. Todo olía a la Laia. A la Laia y su perfume ácido y astringente que se pegaba a la tráquea y la obligaba a retrasar el desayuno. La Laia que sólo le respondía en catalán pero que, a los demás, castellano. Y ella queriendo aferrarse a su español, no queriendo perder eso último que le quedaba de quien había sido.