Cuando publiqué mi primer libro, automáticamente me convertí en escritor; es decir, adquirí el estatus social de escritor. Fui invitado a programas de radio y televisión, me entrevistaron en prensa y medios de internet, además de que doscientos de mis seguidores de Twitter retuitearon la presentación del libro. Muy pocos compran mi obra y no todos la leen, pero el cartelito de escritor ya te lo podés colgar. En un programa de televisión conocí a Manuel, o Manu, como pedía que le dijeran. Era un tipo con dinero y roce social, que solía dar las mejores fiestas.
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El héroe misófobo || Cuento de Fernando Vérkell
Ayer recibí una carta: una caligrafía temblorosa y apretada me informó que Molinaro, mi gran amigo de la infancia, murió dos semanas atrás y fue enterrado sin pompa. La noticia me desbarató la mañana; cancelé mis planes berlineses, desconecté el teléfono y me atrincheré en mi habitación. Cuando abrí las ventanas, varias horas más tarde, oscurecía. Triste y descorazonado, encendí un cigarrillo, contemplé la ciudadela, y recordé.
«Awas»: los coletazos de un lagarto mutante
Por Yanuva León
Fotografía de Eny Roland Hernández
Hay obras literarias que si fuesen animales serían más raros y hermosos que un ornitorrinco. Podríamos verles las patas palmípedas, la lengua bífida, el cuerpo parafinado de escamas y nos sorprendería descubrir cómo amamantan después de que sus crías eclosionan los huevos, hediondas a caldo vital. Respiran debajo del agua y fuera de ella. Vuelan, nadan y reptan. Escupen fuego.