Hace dos semanas me encontraba en un lugar poco común. Se trataba de un pequeño espacio, parecido a un puesto de feria antigua, montado con telas satinadas de color morado. El aspecto teatral, circense y carnavalesco (las tres cosas al mismo tiempo) se construía también por las pelucas desperdigadas por el pequeño pedazo de suelo que enmarcaba el tenderete, así como por los disfraces que mi amiga y yo portábamos decorosamente. Cubiertas de telas de varios colores y texturas, Ximena y yo nos sentamos en el piso, dentro de lo que denominamos como “la casita morada”, sujetando nuestras rodillas entre nuestros brazos como dos huevitos Kinder. Estábamos, nosotras y la casita, en el cacho del tercer piso del Museo de Arte Carrillo Gil que, como parte del programa Tiempo compartido, se encuentra ocupado por el colectivo de artistas @kasheyshirotta.