Comúnmente, al contar historias narramos nuestras experiencias a través de la idea de lo temporal. Exposición, desarrollo, clímax, desenlace, final; reiteradamente, se nos ha enseñado que las cosas acontecen en el tiempo. Esta idea, si bien resulta conveniente y potencialmente profunda e interesante, suele conllevar al menos una trampa cuando se asume como lo habitual. El engaño tiene que ver con lo otro que se relega cuando reposamos toda la atención en el eje temporal de la vida, aquella línea que atraviesa a todas las historias: el espacio. El espacio no es sólo el ambiente dentro del cual las cosas se llevan a cabo, sino que es la materialidad misma: los cuerpos que forman las historias.