Ilustración de Darío Cortizo
No, no es Van Gogh quien pinta esta noche estrellada.
Desde que te fuiste
Hay dolores que no caben completos en una taza de café.
Ni los relojes saben tanto de horas
como mis párpados hinchados.
Ilustración de Darío Cortizo
No, no es Van Gogh quien pinta esta noche estrellada.
Hay dolores que no caben completos en una taza de café.
Ni los relojes saben tanto de horas
como mis párpados hinchados.
“Lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas”, reza el viejo adagio. Así lo establecieron los dioses de los shoshones, antiguos habitantes de esas tierras, que delimitaron un cerco sagrado para que todo lo malo quedara encerrado dentro y no pudiera lastimar al pueblo. Funcionó, por muchos años. Los nativos acudían al cerco sagrado una vez al año para dejar ir todo mal pensamiento y toda mala intención, vaciándose de pecados y malas energías para poder continuar con sus vidas tranquilos y felices. Cuando el hombre blanco arribó y tomó posesión de las tierras ancestrales, también se vio beneficiado del cerco. Todo lo que hacían quedaba encerrado en las tierras shoshones y sus más oscuros secretos permanecían ahí, ocultos para siempre.
Tus manos, abuela, llenas de pecas
y pliegues
Tibias y envueltas de tiempo
tus manos de abuela,
que no de madre,
con sus dedos saltarines
de pianista perdido
que no controla el ritmo