Quien escucha salsa y algo como un brinco animal empieza a sacudirle las caderas y los hombros, debe leer la crónica del puertorriqueño Edgardo Rodríguez Juliá: El entierro de Cortijo; publicada en 1982, mismo año de la muerte del músico boricua. Pero también debe leerla quien haya nacido entre la pobrecía de Lima, Caracas, Cali, Ciudad de Panamá, San Juan, La Habana, Veracruz, Nueva York o cualquier zona candelosa que desde los años sesenta venga trasnochándose al ritmo de los cueros aguardientados por una descarga bestial de Cortijo y su Combo. Debe leerla quien se asuma parte del feliz mulataje y entienda que las madrugadas en el barrio no llegan solamente con sabor a salsa, sino que también truenan seco y duelen de cansancio.