Cuando era niño mi papá me contó una historia espeluznante para que aprendiera a portarme bien. La madrastra hechizaba a un niño pequeño y lo encerraba en una pintura, cada día se podía ver al pequeño en diferentes posiciones del cuadro pero siempre la misma cara de nostalgia y desesperación. Nunca pudieron rescatarlo y con los años simplemente se desvaneció de la pintura. Así es como me sentía aquel día frente al banco, estaba atrapado en mi propio limbo y poco a poco desaparecería.
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Una risa al viento – Cuento de Juan Sebastián Mina
“Decir que esa mujer es dos mujeres, es decir poquito. Debe tener unas 12,397 mujeres en su mujer”. Esa mujer es un Pueblo de mujeres. Por sus calles, como sosteniendo el tiempo en la falda de su pollera, caminan mujeres frágiles, honestas, infantiles; se ven algunas militantes y rebeldes y sacrificadas. También las hay remotas y ausentes, como si anduvieran rumiando, junto a la pena, sus ambiciones de mujer. Por las calles de ese Pueblo andan todas y anda una: Cora Alegría Mina, la tía Cora. Mi tía Cora.
Salón Corona – Cuento de Karla Hernández Jiménez
Había pasado un tiempo desde que decidió ir a aquel viaje a la capital, embarcándose en aquella búsqueda desesperada.
Delia Corona tenía una noción precisa de que su tiempo se estaba agotando y que debía empezar lo antes posible.
En aras de uno mismo – Cuento de Rodolfo Ruiz Vázquez
Pasadas las seis, como cada tarde desde su internamiento, Gil volvía del ala de los permanentes, donde acababa de visitar a Prudencio, locuaz espécimen cuyas tediosas divagaciones soportaba a cambio de un cigarro. Yendo por el pasillo, rumiando aún las palabrejas rimbombantes que adornaban el discurso de su única fuente de nicotina, escuchó una bella música brotando por una puerta entornada. Asomándose, vio a un hombre dormitando en un reposet. Era alto y gordo, lampiño como foca. Su rostro imberbe, cachetón y liso recordaba al de un querubín. Si su fisonomía hablaba de alguien a lo mucho en sus cuarentas, la bolsa con orines que descansaba en su regazo, al lado de una biblia abierta en Mateo 19, le daba un aire de decrepitud. Sobre un buró contiguo a un librero copioso, un gramófono reproducía una sonata para piano.
El viejo – Miguel Enrique González Troncoso
Teófilo Buenaventura esperaba la señal del semáforo para cruzar la calle. Se dirigía al almacén de don Mario, distante a dos cuadras de su casa, en la esquina de calle Latadía y Américo Vespucio.
Me preguntaré || Cuento de José Luis Díaz Marcos
Si el corazón pudiera pensar, se pararía.
Fernando Pessoa, El libro del desasosiego
El olvido, silenciosa e infatigable amenaza, ha estado siguiendo mis débiles pasos. Y ahora que advierto su agresión, como suele ocurrir con tantas cosas, ya es demasiado tarde: la maraña de mis recuerdos, arena contra la ventisca, se deshace con todos vosotros dentro. También conmigo. También, ¡ay!, contigo, querida Pilar.