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Fragmentos de una sombra (Cuento ganador del concurso del Coloquio de Letras Hispánicas 2016)

 

Fragmentos de una sombra

Por Carlos Rgó

 

I

Detuve las manecillas del reloj para escribir el sueño de anoche. No he escrito ni uno este mes. Soy Victoria Escalera y desde niña preferí la comodidad de mi cuarto a una calle rodeada de sombras en el pavimento. La casa en la que aprendí a caminar y a leer era de color azul. Yo vivía ahí cuando llegaron tres nuevas chicas a la casa, hijas de la nueva familia de mi madre. Su llegada me hizo sentir que yo era la nueva. Jugábamos hasta el amanecer sin que nadie nos detuviera. Nuestras mañanas eran tardes y nuestros atardeceres la medianoche. Platicábamos encima de hojas blancas y colores de madera. La mayoría de las veces bastaba con dejar de ver un objeto o a una de las chicas para que una situación se transformara. Nos encantaba apagar la luz a los adultos en sus reuniones. Para nosotras, la oscuridad era la oportunidad de conocer otra cara de las personas. Nos mudamos cuando la casa empezó a perder su color. Desde el día de la mudanza he soñado un edificio con muros de librero: mi único sueño recurrente hasta ahora. Los libros en lo más alto del muro-librero preservan un misterio insondable para mí, lo mismo que los arquitectos que construyeron la escuela.

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Cecilia (Cuento ganador del concurso del Coloquio de Letras Hispánicas 2016)

 

CECILIA

A Karla, por los maravillosos oficios

Tocabas sus ojos con el pensamiento. Ella alumbraba toda la casa. Su paso lado a lado en la alacena, los cuadros y las velas: mestizaje de luz infinita. Miraba el vacío con la infinitud de la que sólo tú podrías sentirte ausente. Dibujaba secuencias de placeres no gratos, ominosa costumbre. Se escondía en la sala mientras llegabas; luego, en las sábanas para dormir junto a tu pecho. El reloj golpeaba callado y entumecía la estrechez de tus manos.  Las tardes bajo el mundo transitaban de una a otra esquina entre sus piernas y la suavidad de su espalda. Tu deseo era el olor de una mañana entre su boca: tulipanes, vendimias y dulces de leche. Preguntabas sobre el misterio de tu piel en la suya, el sabor de sus labios: saliva más acida; ‘‘como una toronja disfrazada de fresa’’, decías y juntabas sus ruidos a los tuyos en un trémulo e insostenible puño antes de eyacular. A veces ella cerraba los ojos; otras, lloraba silente en el peso de la oscuridad.