El cielo estaba despejado, no existía el cúmulo habitual que irremediablemente se mostraba en esa época del año; en consecuencia, el sol arrojaba sobre la ventana su fastidiosa luz. El viento ese día pudo haber sido amable, pero se ausentó totalmente, cansado de mi estado de ánimo que, sin explicación alguna, se encontraba nublado. Las sonrisas satisfactorias de mi familia encendían un fúrico sentimiento en mi pecho.
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Pensamientos de un terreno baldío – Cuento de Melissa Tarabay
Siempre quise ser un riachuelo, de esos que cruzan senderos y anuncian su llegada a la distancia con el olor perfumado de la tierra mojada que lo abraza. Siempre he querido ser un simple movimiento que no conoce pausas, tan ligero que hasta las rotas hojas secas y piedras solitarias, cayendo en mí para perderse en el fondo, pudieran resurgir con el vaivén de mis ondas acuáticas.
La mujer Planta – Cuento de Antonella Corallo
Las plantas parecen enredarse a la casa y nunca terminamos de entender si tiene un pacto con la naturaleza, o si realmente ocupa tanto tiempo regarlas. Por simple rareza comenzamos a espiarla. Nadie podría dudar de nuestra curiosidad. Habíamos cancelado las actividades matutinas que consistían en jugar videojuegos y comer porquerías, pues nos encontrábamos reunidos con el objetivo de comprender su vida. La mujer Planta siempre nos saluda, tiene fertilizante en sus manos y el cuerpo completamente brotado; se rasca, nos vuelve a saludar y entonces comenzamos a dudar… ¿Nosotros somos los detectives? ¿O ella es la que nos está espiando? Lo único seguro es que sus arbustos no sirven como escondite.
Dilatación agobiante de la esperanza || Cuento de Alan Rolon
«Si es delincuente que muera presto», estampa de Francisco de Goya
Desde que estaba encerrado, lo único que esperaba era que los guardias vinieran por mí. Ansiaba escucharlos andar hacia acá y que me sacaran de mi hermética celda, tan aislada del mundo que no podía siquiera tener una mínima idea de la hora, el día, la época. Cada vez que los escuchaba se me helaba la sangre, pensando que era momento de llevarme al paredón, sólo para escuchar los lamentos ―o percibir su ausencia― de otro prisionero arrastrado, y descansar con amargura otra noche.
Alas || Cuento de José Luis Muciño
Una mosca detuvo el vuelo en el borde de su plato de sopa. Él dio un manotazo lento y burdo; sus 83 años le habían quitado casi toda su movilidad, pero logró ahuyentarla.
La noche de Abel || Cuento de Ismael Benítez Flores
Abel despertó de pronto. Tenía sed.
No encontró su sandalia derecha, así que devolvió la izquierda a la oscuridad. Abandonó la habitación con cautela para no despertar a su madre y atravesó la sala. Abría el cerrojo oxidado cuando recordó el vaso con agua situado en la ofrenda de muertos. Fue hacia él, estuvo a punto de tomarlo, pero sus ojos se toparon con los de su padre, impresos en amarillento papel fotográfico. Le parecieron encendidos, como el emblema policiaco de la gorra que nunca abandonaba; igual que la flama tintineante dispuesta allí, en su memoria. Leyó en ellos una advertencia. Gruñó. No pudo ahorrarse la fatiga de salir.