Ilustración de Aimeé Cervantes Flores
En medio de un silencio desierto…
Al final solamente se encontró el débil y monótono martillar de las manecillas. Levanté la cara y entre la penumbra apenas alcancé a distinguir el reloj: había pasado ya la medianoche. Cautelosamente me quité el sombrero para asomarme al vacío imponente que se erguía sobre mí. Entonces la ansiedad comenzó a apoderarse de mis movimientos. El sonido cada vez más acelerado de mis zapatos contra los charcos del asfalto resonaba en las paredes de la calle vacía. Mientras más me alejaba de la avenida principal, la oscuridad se imponía, devorando vallas, ventanales y puertas. Ni una sola luz que surgiera de entre las sombras para revelar un lugar en donde aferrar la mirada.