La palabra ‘biblioteca’ se encuentra definida en el Diccionario de la Real Academia Española como la “institución cuya finalidad consiste en la adquisición, conservación, estudio y exposición de libros y documentos”. Es decir, se trata de un espacio brindado al interés público, donde el objetivo es una especie de vaivén entre el tener y el procurar textos. Reducida a una dinámica de transacción material y reclutamiento de documentos, podría decirse que la biblioteca no encierra ningún tipo de enigma. Afortunadamente, la literatura tiene registro de otro tipo de apreciaciones sobre estos espacios. Jorge Luis Borges, por ejemplo, reveló lo fascinante que puede llegar a ser este sitio en su cuento “La Biblioteca de Babel”.
Lo que Borges propuso se presenta inconmensurable, como el mismo universo. Las galerías que contienen los libros se expanden quizá hasta el infinito y hacia todos los puntos, eternamente. Los libros que ella resguarda abarcan todas las lenguas y los dialectos, todas las exégesis, todos los manuscritos variables. Incluso en esta Biblioteca uno podría adentrarse a buscar el libro que hablara de todos los libros, con la posibilidad de no encontrarlo nunca, o bien, de hallarlo “milagrosamente”. La Biblioteca de la que habla Borges cuenta con sus propios métodos lógicos que en teoría posibilitan acertar con el libro buscado. No hay un solo volumen que no esté en ella y pareciera que la posible existencia de esta Biblioteca fuera la prueba inefable de que el hombre por fin haya ha logrado preservar y organizar el conocimiento de la humanidad.