Cavilación de trasplante
Y entonces allí nos quedábamos sentados a veces por horas en una plaza cercana, poco concurrida, con poco más que un poco de pasto amarillento, un par de árboles, una fuentecilla y la estatuita gris verdosa de un prócer inidentificable, viendo cambiar la forma de las nubes, como esperando que ese cambio se nos contagiara a nosotros, a nuestras vidas de apátridas. Como si a la naturaleza le importaran un bledo nuestros padecimientos. A veces comentábamos el destino de algunos de la generación que nos había precedido, de aquellos que murieron torturados en la revolución abortada, que muchas veces abandonaron carreras profesionales y hogares tranquilos, bellas novias, la notabilidad en diversas artes, para embarcarse en ese proyecto utópico que también había fracasado y que en retrospectiva nos parecía todavía menos alcanzable. Pero en el horizonte no se dibujaba un destino semejante para nosotros, o era que habíamos perdido de antemano, o éramos los verdaderos perdedores, los que habían recibido la pérdida, habían crecido y se habían desarrollado en medio de la pérdida. Nos parece haber estado muchos días sumidos en estas cavilaciones por horas, ya sea en este departamento, o dando vueltas por el centro, o aquí en este mismo parque, siempre en estas discusiones, pero a lo mejor era que nos parecía, y fueron en realidad sólo unas cuantas veces, o unos pocos días.