La felicidad estaba ahí, la tenía muy cerca. Palpable, pero inalcanzable. Para él siempre era lejana, ajena. Intocable. La música lo ensordecía, sabía que nunca la bailaría. Le retumbaban sus acordes graves, viejos, gastados, repetidos, mezclados con las risas de los niños, estridentes, agudas, chillonas. Era el tren de la vida que pasaba delante de él y no permitía que se suba, él sabía que jamás conseguirá ese boleto que lo lleve a dibujar una sonrisa.