Estás caminando por la calle y no sabes qué hora es: el calor que emana de la acera es tanto, que en cada paso sientes cómo la goma con la que está fabricado tu calzado se adhiere a tu piel, despegándose cuando disminuye la presión de tus pisadas, causando una sensación sumamente desagradable: empleas tanto esfuerzo en dar cada paso, que abandonas tu forma humana para adoptar la de una suerte de pesada maquinaria.