“Hay una profunda diferencia entre luchar para evitar la muerte y luchar para vivir”.
Curzio Malaparte.
A propósito de Malaparte y un paradigmático viaje en la línea 9, con el vagón llenísimo, dentro del paraíso terrenal que llaman Sistema de Transporte Colectivo: Metro; me ocupé de observar detenidamente dos universos adyacentes. Por un lado, la mujer de cabellos largos, ondulantes bajo el ineficiente soplo del ventilador deformado, quien cabecea estación tras estación y despide un aroma suave que le emana de detrás de los lóbulos perforados. Por el otro, Romina (dice su gafete), sentada, con las rodillas rígidas frente a la estorbosa masa de un abrigo apretujado en la maleta verde que me acompaña, por lo regular, más del ochenta por ciento de la vida. Trae bajo el pulgar izquierdo un periódico doblado, arrugado en las orillas. Las hojas sueltas ondulan con la misma fuerza que la cabellera suelta. Se inscribe a la escena otro paraíso terrenal, lo llaman Metro, a secas. Éste exhibe sus despampanantes imágenes en escalas de color opacas, luego del continuo quebranto de una jornada larga, o la terrible fortuna de ser quien se queda estampada en la puerta. Se lee, medio cortado, el titular en primera plana: “No nos dejemos engañar:…”.