Diego Rivera: héroe colectivo.

Al calor de una tarde dominical, bochornosa y húmeda, frente al constante campo de batalla de un grupo de hombres viejos, con las boinas recargadas en la oreja, dando sus mejores jugadas, parloteando entre queda y sonoramente los nombres de las grandes estrellas del tan amado ejercicio mental que llaman ajedrez, se deja ver el pequeño ―y nunca menor― Museo Mural Diego Rivera, casa del famosísimo Sueño de una tarde dominical.

Como aureola le queda el ambiente que se ensancha con la música y la gente que se refresca la nuca con un trapo o se bebe un refresco preparado, inmerso en una amalgama de colores de prendas de todo tipo. Bajo la inminente luz de los rayos opacados por el nuevo Empíreo de la Ciudad de México, se respira y se siente un ambiente de alegría y vivacidad.

El museo expone, por vez primera, en una maravillosa muestra que lleva por nombre Diego Rivera: re-visiones de Norteamérica, el trabajo que realizó dicho artista durante la primera mitad del siglo xx, en instituciones como el Museo de Arte en Houston, el Museo de Arte Moderno, en Nueva York, y la New York Worker’s School. Está compuesta por más de 100 piezas que varían entre fotografías, bocetos, pinturas y ejemplares de esculturas precolombinas, todo ello distribuido en las dos plantas del museo. Algunas de dichas piezas fueron trasladadas desde San Francisco, Detroit y NY, al igual que de la colección personal de Rivera y el Museo Casa Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo.

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Interior de la galería, al fondo, Diego Rivera, La realización de un fresco, 1931.

Entre los característicos trazos de Rivera, con figuras anchas, corpulentas y la vivacidad de los múltiples colores que ofrece su obra, no sorprende encontrar figuras constantes aunadas al ámbito obrero e industrial. Sin duda alguna, es perceptible la influencia conceptual del socialismo y el auge de la llamada dictadura del proletariado, en obras como Alegoría de California y La industria de Detroit. Ambos murales son evidencia de la importancia que cobró para Diego ―y sus contemporáneos― la función revolucionaria y transformadora del arte; así como el compromiso social del artista o “socialización del arte”.

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Diego Rivera, La industria de Detroit, 1933.
“Pinté al héroe colectivo, hombre y máquina, más alto que los héroes tradicionales del arte y la leyenda. Sentí que en la sociedad del futuro, y en cierto modo ya en la actual, la unión hombre-máquina sería tan importante como el aire, el agua, la luz del sol”.
Diego Rivera

Como en la famosa escena al interior de la industria que interrumpe su funcionamiento ante un potente incendio, en la cinta alemana de Fritz Lang, Metrópolis, los planos complejos, la indisociable mano del hombre a la máquina, la gama de grises y azules de los metales y cableados, ilustran en el magno universo que representa La industria de Detroit, un punto clave y de innegable madurez de un poeta de la imagen como lo fue Rivera. El delineado panorama que se dibujó en el arte respecto a la importancia de la lucha y la fuerza del sector obrero y campesino se halla, en consonancia con Diego, en el trabajo de algunos artistas norteamericanos como Emmy Lou Packard, Arnold Blanch y Henry Sternberg, quienes también ocupan lugar en la exhibición.

Una de los puntos a considerar respecto a la seriedad del reflejo de la realidad social en la obra artística es la reproducción casi fiel en la pintura de fotografías de paisajes, centros de trabajo, entre otros escenarios. Algunas de las escenas fueron capturadas por el muralista mexicano y, otras tantas, tomadas de la prensa nacional. Es interesante la inclusión de documentos que se generaron a raíz del impacto de Rivera, tanto en el arte, como en el manejo del discurso político y periodístico. Se exhiben, también, fragmentos de reflexiones y memorias realizadas por el artista durante su estancia en el territorio norteamericano.

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Interior de la exposición, al fondo, Diego Rivera, Alegoría de California, 1931.

Rivera, el incansable creador de Nuestra América, el “intelectual de la transformación”, nos hace el honor de renovar el aire de su propio recinto con una muestra breve y magnífica del artista que se consagra en la notoriedad de su posicionamiento político, así como en la intimidad y compañía de su eterno amor, Frida Kahlo.

Ante la magnificencia y perfección de bocetos, pinturas de caballete y fotografías, el efecto del Sueño de una tarde dominical se extiende en el disfrute y descubrimiento de la secreta arista de la calle de Balderas y Paseo de la Reforma, en el que una termina con un contundente jaque mate. La exposición fue inaugurada por la actual directora del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), María Cristina García Cepeda, el pasado 8 julio y estará exhibida hasta el 30 octubre del año en curso.

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Alma GónzalezAutor: Alma González Estudiante de Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México. Y hay montañas que quieren tener alas y se inventan las nubes blancas.
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