Para Coyote y Carlos
A Slavoj Zizek le gusta ilustrar los puntos capitales del psicoanálisis lacaniano con la siguiente historia: un hombre se encuentra en una isla desierta con, digamos, Megan Fox. Luego de acostarse con él, Megan le dice que es toda suya y puede pedirle que cumpla cualquier fantasía, sin importar lo retorcida que ésta sea. El hombre le pide que se disfrace como su mejor amigo; Megan, desconcertada, acepta. El hombre se aproxima a su amigo, lo saluda entusiasmado y le dice: ¡Wey, no vas a creer lo que acaba de pasar! ¡Acabo de cogerme a Megan Fox!
El acto de escribir es, entre otras cosas, lo que tiene que hacer uno cuando lo que quiere leer no existe. Y como Slavoj Zizek no ha escrito ningún análisis lacaniano de la película de Bob Esponja, aquí me tienen.
¿Qué nos dice esta bonita historia cuando la contraponemos con el conflicto marino de Bob Esponja enfrentado a la etiqueta de «sólo eres un chico»? Las risas nos impiden reflexionar lo que todo fanático de Bob Esponja comprende bien: que Bob Esponja una vez quiso ser llamado un hombre, en el capítulo de la abuela, y cuando finalmente fue tratado como tal por ésta, respondió con la violencia de un berrinche diciendo que deseaba ser un bebé de nuevo. Bob Esponja, durante toda la serie, parece bastante contento con su personalidad, asumiendo la vida de adulto con la inocencia del niño que juega a hacer lo que hacen sus padres. ¿Por qué, pues, si Bob Esponja acepta su condición de chico, le molesta que lo llamen chico? La respuesta es simple: no importa demasiado lo que uno piensa o sepa de sí mismo, sino lo que miran los demás. Es claro que Bob cumpliría más eficientemente con las tareas de gerente que el apático Calamardo, el hombre perfectamente adaptado a su neurosis, el empleado incompetente que hace su trabajo de mala gana… pero a pesar de que Bob ha sido empleado del mes toda su vida y ha cumplido a la perfección las exigencias de Don Cangrejo, no podrá nunca cumplir las expectativas de éste: el empleado perfecto, el hijo perfecto, no es realmente perfecto, siempre habrá una falta imposible de compensar. Esta falta está cifrada en la demoledora frase «SÓLO eres un chico». Lo que le falta a Bob Esponja, pues, para el empleo, no es una cuestión de desempeño, sino una cuestión ontológica… ser nombrado por Don Cangrejo como «gerente» sería negar la castración, tapar el hueco que, como sujeto deseante, Bob Esponja, como todos nosotros, lleva en su interior.
No olvidemos que el tópico de la identidad aparece en varios episodios de la serie: cuando Bob Esponja pierde su credencial del Crustáceo Cascarudo atraviesa una horrible crisis existencial, y en el episodio donde hacen un comercial del restaurante, Bob se obsesiona con la etiqueta «eres el sujeto que apareció en televisión».
Por supuesto, habría peligros evidentes si Bob cumpliera el trabajo de gerente. Puesto que Bob se toma las cosas en serio, comete errores, como cuando la señora Puff lo designa vigilante del aula y lleva Fondo de Bikini al caos. Calamardo es inofensivo por su falta de entusiasmo: no hará más de lo que se necesita, es el empleado perfecto para llenar un nombre, un símbolo. Bob Esponja es la falta andando, la falta que viene de lo Real: el hombre que posee miles de trofeos, el eterno empleado del mes, el cocinero estrella, nunca será lo suficientemente bueno para complacer al Gran Otro, personificado en la figura de Don Cangrejo, que adopta la función de padre simbólico.
En la película aparece otro personaje con la función del padre, casi del padre totémico descrito por Freud: el Rey Neptuno, que de manera totalmente arbitraria ordena la ejecución de sus súbditos por el crimen de haber tocado su corona. «Esta corona no es sólo símbolo de mi autoridad real… me tapa la calva», le dice a su hija, la princesa Miny, cuya dulzura femenina se establece como un dique contra la Ley arbitraria del padre, que es todo poder, mientras que Mindy es todo amor. Así pues, vemos que la corona es un símbolo que cubre la falta esencial en el rey, su mortalidad y su falta ontológica fundamental. En términos psicoanalíticos, la corona niega que el rey, el padre, está castrado: la corona es el falo que nadie tuvo ni nadie tendrá.
El genio malvado de Plankton es capaz de detectar esta falla, y al robar la corona del rey y acusar a Don Cangrejo, instaura el caos en Fondo de Bikini y comienza su reinado de maldad. La autoridad simbólica ha caído y el ser que posee el saber, la fórmula secreta de las Cangreburgers, tiene el poder absoluto.
¿Qué misión podría ser más apropiada que la de devolverle la corona al rey para un sujeto que lucha por el reconocimiento del padre, por ser nombrado por él y, por lo tanto, como gerente, ser objeto del deseo del otro? Bob Esponja emprende este viaje desesperado para atravesar su infancia, para demostrarle al Otro, a la sociedad de consumo, que está listo para ser un hombre. Que no le falta nada, que tiene todo lo necesario para cumplir los ideales impuestos desde fuera.
El símbolo fálico vuelve a aparecer en la forma de los bigotes que la princesa Mindy otorga a Bob y Patricio para que crean que «son hombres». Nuevamente vemos que no importa lo que sea uno auténticamente, sino como es nombrado por el otro. A partir de su reconocimiento, a partir de recibir el falo ilusorio, el sujeto puede hacer lo que sea, superarlo todo, «incluso a los horribles y espantosos monstruosos». Cuando Deniss, el matón que Plankton contrató para acabar con ellos, les arranca los bigotes a nuestros héroes y les dice «así es como luce un verdadero bigote», haciéndolo aparecer de la nada, nos enfrentamos a una escena de inigualable violencia y de sabiduría puramente freudiana: asistimos a la castración del sujeto, pero también nos damos cuenta de que eso es el falo, una ilusión, que nadie tiene ni nadie tendrá, porque la perfección no existe; el bigote de Deniss es tan falso como el de Bob Esponja y Patricio.
Hacia el final de la película, cuando Bob Esponja ha cumplido su misión y devuelto la corona al rey Neptuno, nos encontramos nuevamente con el golpe de lo real: Plankton ha hecho trampa. Porque la vida no se trata de pasar obstáculos y cumplir lo que nos exige la sociedad no nos hará ganadores: es imposible restituir el falo al padre muerto, la victoria de los buenos no está garantizada. Todos hacemos trampa al pretender vivir como si no fuéramos sujetos en falta. Pero justo en ese momento, Bob Esponja atraviesa un momento digno de los personajes de Shakespeare y de la tragedia griega; cuando es nombrado como un chico tonto por Plankton, Bob Esponja tiene una anagnórisis, un insight, que exige ser citado completo:
«Creo que tienen razón, soy sólo un chico. ¿Saben? me han pasado muchas cosas en los últimos 6 días, 5 minutos con 27 segundos y medio, y si he aprendido algo durante ese tiempo, es que uno es lo que uno es,y ninguna magia de sirena o ascenso a gerente, ni ninguna otra cosa puede hacerme más de lo que realmente soy en mi interior, un CHICO… ¡Pero eso está bien!, porque hice todo lo que dijeron que un chico no podía hacer, porque llegué a Ciudad Almeja, vencí a los cíclopes,viajé con Hasselhoff y recuperé La Corona del rey. Así que SÍ soy un chico y también soy un chiflado y un sonso y un cabeza de chorlito… pero sobre todo… soy… soy… soy… SOY UN CACAHUATE.!!!!!!!»
Bob Esponja ha comprendido que nunca podrá obtener la aprobación del Gran Otro, que nunca podrá ser eso que debería ser, eso que le exigen ser, porque está más allá de las posibilidades del ser humano: Bob Esponja ha hecho todo lo que tenía que hacer un hombre, y eso no lo hace un hombre, no lo hace gerente, no lo hace el ser libre de falta. A pesar de todos los esfuerzos absurdos por encajar, por cumplir el ideal del yo, el sujeto siempre será lo que es… algo que no puede ser nombrado y que es irrenunciable. Bob Esponja quería dejar de ser un chico, quería curarse de sí mismo, pero como el paciente de psicoanálisis, no lo puede lograr: el síntoma es lo que uno es, y Bob Esponja debe aceptar eso que es inherente a su ser, identificarse con su síntoma, metaforizado por la imagen nimia del cacahuate, insignificante y, finalmente, hueco, porque el yo es, a final de cuentas, una ilusión. No le queda más que cantar, y ese sublime absurdo con el que concluye la película es la expresión del ser libre de toda identificación, entregado a su soledad y al goce de su existencia.
Irónicamente, es sólo en este momento que Bob Esponja puede recibir el ascenso a gerente, y el orden vuelve a Fondo de Bikini. Si dejamos de esperarlo, tal vez nos den el puesto de gerente, pero eso no es importante, siempre que tengamos la energía y el deseo de seguir cantando: ¡Soy un cacahuate!
Autor: Ángel Antonio de León Actor, director, dramaturgo. Escritor aficionado, amante de la belleza y el psicoanálisis; freudiano convencido y apasionado. Estudiante de la carrera en Literatura Dramática y Teatro en la UNAM. |