Collage por I. A. Bosco
Cuando lo real deja de ser lo que solía ser, la nostalgia asume su sentido completo.
Jean Baudrillard, Cultura y simulacro
Llegará el punto en que experimentaremos nostalgia orgánicamente en el otoño e invierno de nuestras vidas; previo a ello, forzarle y/o activamente buscarle resulta un ejercicio penoso y regresivo, o peor, el voluntario e insistente estancamiento de nuestra existencia dentro de una dinámica siempre arreglada en contra de quien se traga el cuento, una real fantasmagoría culturalmente impulsada en tiempos donde todo menos la real realidad que tenemos enfrente parece un escenario ideal.
Esta forma de nostalgia colectiva que vemos presente entre la juventud tiene que ver más con el sentimiento de que algo de vital importancia, pero al mismo tiempo ilocalizable e innombrable, dentro de nuestras vidas, ha desaparecido para nunca volver. La nostalgia termina sirviendo como un luto perpetuo ante ello, un luto-opioide que ofrece cierto consuelo a costa de continuar alimentando indefinidamente el control que ejerce sobre nosotros a través del ritual colectivo, dando más y más poder sobre nuestra existencia a esta extraña y vampírica forma de luto-colectivo. Esta nostalgia tiene que ver más con algo que nunca sucedió que con algo que ya sucedió.
Nostalgia ha habido siempre en este nuestro mundo pop donde la totalidad de la historia universal converge, es ella un producto que lenta y certeramente se ha introducido en la conciencia cultural con más y más fuerza; es otro escenario ideal de consumo y proyección de nuestros deseos. Junto con la belleza, el sexo y el estatus social, conforma cuatro escenarios de real sentimiento humano que sufren de hipertrofia; no sólo los deseamos, sino que activamente se nos dice que los deseemos, todo el día, todos los días y en grandes cantidades.
Bajo esta distorsión, la nostalgia se presenta como la costumbre psicosocial más cotidiana y pasivamente conservadora en la que la gente joven nos vemos engatusada y distraída constantemente; alguna vez fue cierto que la religión era el opio del pueblo; hoy, el opio del pueblo es el opio y el pueblo.
La nostalgia produce los mismos efectos que cualquier droga: el antojo por ella, el estupor, la adrenalina, la momentánea inspiración, así como la eventual caída, el aplastante peso de insatisfacción y el inevitable sentimiento de vacío. Lo que se vivió fue la simulación de la inspiración creativa, ese joie de vivre que tanto motiva al espíritu.
La nostalgia o, más bien, la forma específica del producto psicosocial que entendemos como nostalgia actualmente, se experimenta cada vez más temprano; nostalgia a los dieciséis, a los veintiuno, a los veintiocho, a los treinta y dos. Ciertamente, no tenemos ninguna incumbencia con la nostalgia durante la primavera y verano de nuestras vidas.
Las dinámicas de la propagación y experimentación de la nostalgia son mucho más extrañas y letales de lo que aparentan; tenemos nostalgia por una imagen que es al final más una conclusión-idealización-alucinación del espejismo que fue el siglo XX para la mayoría de nosotros que por momentos o situaciones dentro de él que realmente hayan escrito algo en nuestra subjetividad y en nuestra memoria colectiva. Lo que encontramos de reconfortante en ella es mucho más desconectado e inexistente que lo que alguien que “estuvo ahí” alguna vez podría llegar a experimentar; es un espejismo, es humo de segunda mano.
La nostalgia es una distracción, en el caso de las artes (en especial cine y música) reduce toda oportunidad de interacción, crítica y/o aprendizaje a un montón de imágenes pensadas como parte de un mundo que “era mejor”, que “prometía más”, que era más organizado pero más libre al mismo tiempo, todas estas imágenes empiezan a habitar en la conciencia colectiva como si estuviesen libres de montaje, vestuario y guion. Confundimos lo real con lo racional.
Es la nostalgia un ejercicio en especulación regresiva, es mera retrospección idílica, ella obliga a que las expresiones artísticas donde busque manifestarse meramente se dediquen a invocarle: lo disfrutas por la nostalgia, lo quieres por la nostalgia, te importa por la nostalgia. Todo potencial radical del arte y pensamiento humano es pacificado por ella. Otra cita del mismo libro de Baudrillard: “Disimular es fingir que no tienes algo, simular es fingir que tienes algo que no”.
La vasta información artística y cultural del siglo XX debe ser usada en su contra, abordada críticamente, hablo de destrucción creativa. El momento en que una expresión artístico-musical realmente muere es cuando nos contentamos con creer que ha alcanzado una forma definitiva imposible de superar/avanzar, una forma que sólo debemos imitar/perpetuar indefinidamente, zombieficación, una expresión vive indefinidamente muerta a nivel espíritu gracias a ésta compulsiva y acrítica proliferación.
Soñar en retro logrará poco, hay poco que esperar de ello, recordar es el trabajo de los viejos. Si un momento de nuestra historia popular fue real, él es simplemente irrepetible e irremplazable y lo crítico y definitivo de su suceder yace en ello. Una cita del siempre ilustrativo Marshall McLuhan y su indispensable El medio es el masaje: “Cuando nos enfrentamos con una situación totalmente nueva, tendemos a atarnos a objetos, al sabor del pasado más reciente. Vemos al presente a través del espejo retrovisor. Marchamos de espaldas hacia el futuro”.
La idea de que una etapa histórica (la cual aparece para nosotros desde hace tiempo contenida dentro de una sola década) ha sido ya superada; suele ofrecer la conclusión equivocada sobre cierta seguridad habitando en ella, cierta certeza sobre lo tranquilo y soportable de haber vivido o querer haber vivido en ellas, sobre lo “más real” que era en comparación a hoy, una calidez y sentido de pertenencia perdidos, ilocalizables. Cerrando con una cita de William Burroughs: “La desesperación es la materia prima del cambio drástico. Sólo aquellos que puedan dejar atrás todo en lo que alguna vez creyeron podrán escapar”.