Imagen: El amor y la muerte – Francisco de Goya
El amor no podría ser asesino de la muerte.
La muerte y el amor se aman,
pero hablar sobre el amor
no se puede resumir a 800 palabras
ni al canon literario.
Posiblemente,
el amor sea una pregunta existencial,
pero quién es Dios cuando la respuesta es ancha.
No hay muchos caminos que lleven a Tumbuctú
ni tantas promesas que devuelvan la fe
a las abuelas de la Plaza de Mayo.
El amor es abrir un ataúd y recibir el abrazo
de aquel muerto que pierde los sentidos,
pero que no pierde las memorias.
Hablar sobre el amor
es hablar sobre los miedos humanos,
sobre los ojos humedecidos,
sobre las mariposas que se posan
en los rifles abandonados en las trincheras.
¿Quién contemplará el apocalipsis con una sonrisa?
Solo los que amaron más allá de un dogma.
Y quizá el sexo se transforme
con el silencio y el pudor
de una pareja de nutrias que no se separa al dormir,
que se dejan llevar por la corriente,
que se sacrifican en el silencio de un bosque
que siempre es cómplice de la muerte.
El amor no es una rosa sobre un papel
ni un poema vanguardista.
Quizá el poema sea una balsa
donde el amor no tenga espacio para el viaje,
pero quizá sea aquel gol de Götze en la final
de la Copa Mundo donde Messi lloró su fracaso.
Porque quien sepa de amor,
sabrá de sufrimiento.
Y que sea el pandemonio de un gentío
que reclama por su libertad.
Ahí estarán las secuelas del amor
que transforma / deforma
como el barro en manos del alfarero.
Ni el silencio ni la canción
ni la mariposa azul o el pez espada
podrían cortar los cuerpos que se aman
y que se entregan al silencio
mientras un poeta redacta un discurso filial
para aquel amor que lo asesina lentamente
como una pena capital que pare desde nuestras entrañas.
Y el amor sea una palabra nueva
que le otorgue sentido a la naturaleza,
mientras la Atlántida regresa de su muerte
para regresarle la desgracia a Atenas.
El amor es la historia que habla
en cada pata de una tarántula
y le da un beso de despedida
a cada presa que atrapa.
Que el amor no se pueda resumir en una filosofía,
pero que se esconda en una sacristía,
así está el demiurgo de los enamorados,
escapándose para no ser asesinado.
El amor abraza a la muerte
y le permite dormir
mientras la muerte canta.
El amor va más allá
de 800 palabras,
pero basta menos de un segundo
para poder asesinar al amor:
el olvido siempre es su verdugo
y contra el olvido,
el amor jamás tiene la última palabra.
***
Autor: Emilio Paz (Lima, 1990). Profesor de Filosofía y Religión, egresado de la Universidad Católica Sedes Sapientiae. Autor de Septiembre en el silencio (Club de lectura poética, 2016), Laberinto de versos (La tortuga ecuestre, n°394, 2018) y La balada de los desterrados (Ángeles Del Papel, 2019). Ha publicado en diversos medios físicos y digitales del Perú y el extranjero. Su trabajo ha sido traducido al búlgaro, inglés, portugués, uzbesko y tamil. Escribe en Liberoamérica y administra el blog El Edén de la poesía.