«¡Oh, patria mía, tan bella y perdida!»: Va, pensiero

Vieron morir a los otros, y también a los suyos. (…) Pero todos vieron la muerte, todos vieron cómo se usaban las armas, para qué se emplearon. (…) Nuestro repetido drama latinoamericano de no saber cuándo tomar la pluma, cuándo tomar las armas, para qué, para quién.

Carlos Fuentes

La cotidianidad mexicana vive tiempos espasmódicos y convulsos. El país yace sumido en una creciente ola de violencia y de tormentoso desequilibrio que parecía ser irrefrenable. Los periódicos, los noticieros, las redes sociales, las calles, cada pequeño espacio de la vida diaria se llena de imágenes angustiosas que parecieran anunciar las primeras señales de una hecatombe nacional.

La normalización y paulatina indiferencia que rodean aquellos hechos que debieran ser denostados se han vuelto el pan de cada día de una sociedad que —cómo hiere decirlo— parece haber terminado por acostumbrarse al dolor. Dolor de pérdida, dolor de angustia, dolor de miedo, dolor de una patria sufriendo como la madre que ve correr por el suelo la sangre derramada de sus hijos.

De esta forma nos hemos adecuado a vivir, ante la presencia fantasma de los desaparecidos, bajo los cuerpos inertes que fueron arrojados en un rincón de la memoria, con marcas invisibles esparcidas por el cuerpo, con golpes ignorados y gritos ahogados, aturdidos por una realidad que pareciera ser ajena a la nuestra, con un velo oscuro que nos ha hecho perder el rumbo y nos ha arrancado de cuajo la idea de un futuro mejor.


En México no hay tragedia: todo se vuelve afrenta. Afrenta, esta sangre que me punza como filo de maguey. Afrenta, mi parálisis desenfrenada que todas las auroras tiñen de coágulos. Y mi eterno salto mortal hacia mañana. Juego, acción, fe, día a día, no sólo el día del premio o del castigo: veo mis poros oscuros y sé que me lo vedaron abajo, abajo, en el fondo del lecho del valle

Carlos Fuentes



«Oh mia patria sì bella e perduta! 
Oh membranza sì cara e fatal!». Esos son algunos de los versos centrales de uno de los corales más emblemáticos de la historia de la ópera. Así, el «Va, pensiero», de la ópera Nabucco, ha pasado a ser uno de los fragmentos más conmovedores de todas las páginas escritas por Verdi.

En este coro del tercer acto, podemos a ver al pueblo hebreo que se lamenta a las orillas del Éufrates tras haber sido condenados a muerte por Abigaille, la hija del rey babilónico. Justo antes de su ejecución, los esclavos judíos dolorosamente evocan la memoria de aquella tierra de la que fueron exiliados, buscando hallar en aquel pensamiento que vuela hacia las praderas de Jerusalén un asidero que les brinde valor ante el último padecimiento.

Este coral no sólo contiene dentro de sí un profundo mensaje de crítica en contra de la pérdida de la condición humana ante los excesos de la tiranía, sino que históricamente ha sido usado en muchos de los momentos más difíciles como un himno de resistencia ante las situaciones más adversas. Ya desde la época de Verdi el «Va, pensiero» fue adoptado en contra del yugo austriaco como un símbolo patriótico del resurgimiento italiano que logró unir a una Italia dislocada y vencida.

Pero, ¿qué hacer cuando no existe una hija del rey de Babilonia responsable del sufrimiento? ¿Qué hacer cuando no hay un sometimiento austriaco que nos orille a buscar la mano hermana? ¿Qué hacer cuando el único verdugo, juez y parte de esta terrible condena hemos sido nosotros mismos, mexicanos?

Nos hemos olvidado de que esta barca que se anega es la misma tierra que todos pisamos. Irremediablemente estamos parados a ambos lados del fusil, esperando el estruendo que haga apagar las luces. Aquella figura que tiembla en el patíbulo no es más que la nuestra.

A un par de días de la conmemoración de nuestra independencia, vivimos en la amnesia de un país fracturado desde adentro. Ante la violencia hemos decidido tomar las armas, listos para accionarlas en contra de algo o de alguien desconocido que pareciera escondérsenos. La confusa decisión radica en este juego de ruleta rusa en donde el extraño enemigo también ha tomado posesión de una parte de cada uno de nosotros.

Ante la realidad incierta, busquemos la mano del otro y recordemos la finalidad del movimiento. El único destino de una sociedad fragmentaria es ser grieta y, después, derrumbe que colapsa todo a su paso. Las diferencias parecieran insalvables, pero al empujar una carreta en una cuesta es necesario tirar todos hacia un mismo lado. Carguemos, pues, con esta realidad y volvamos a mirar hacia el frente.

Oh, patria mía, tan bella y perdida,
inspira en tus hijos una melodía
que infunda valor a nuestro padecimiento,
al padecer, valor.

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