Ilustración de Carlos Gaytán
Recientemente, Xavier Dolan, de apenas 34 años, anunció su prematuro retiro del cine. El joven, que a los 18 años fue aplaudido en Cannes por su primera película, declaró en una entrevista que después de su último trabajo para televisión se tomaría un prolongado respiro de su carrera. Algunas de sus obras son abiertamente edgy, y otras son mucho más profundas, pero no puede negarse es que sus películas eran una voz que retrataba, denunciaba y subvertía las ideas alrededor de los valores adolescentes de la generación Z, exacerbados por los teléfonos celulares, las plataformas digitales, y una crisis social y económica generalizada.
El caso de Dolan no es único, ni la excepción a la regla. Lo cierto es que la mayoría de las jóvenes promesas fracasan rotundamente al intentar llevar sus carreras al siguiente nivel. Y la razón, como puede intuirse, no es que la creatividad vaya en declive conforme crecemos, o que nunca es suficiente esfuerzo para alcanzar la cima. Las industrias culturales, entiéndase las entrañas de Hollywood, la mesa editorial de Penguin o el círculo cerrado de EMI, se alimentan de las jóvenes promesas.
Al capitalismo le encantan las promesas. La mano invisible regulará el mercado. El liberalismo produce igualdad. La meritocracia existe. La juventud es un potencial que busca la creación, consolidarse en un entorno adverso, transformar el mundo material, pero eso sólo puede concretarse tras una ardua búsqueda que suele durar vidas enteras. La evolución en el pensamiento de figuras científicas y filosóficas es un ejemplo de ello. Incluso, hay quienes dividen las obras por etaridad, y aseguran con esmero: El joven Marx tenía un espíritu revolucionario, pero el materialismo dialéctico tiene sus bases en su obra más madura.
El sistema de producción actual, al menos en este vertiginoso momento, es incompatible con el continuum que es el desarrollo de la obra de unx autorx. La transformación del arte, el avance de la ciencia (con esto no quiero sonar evolucionista), y la perfectibilidad de los sistemas de pensamiento tienen que ser forzosamente acumulativos, pues se alimentan del cambio en el contexto social, político y cultural, pero sobre todo de la alquimia que nuestra propia subjetividad experimenta. Y detrás de la metamorfosis subjetiva se encuentra la esencia misma del cambio cuyo potencial es directamente rastreable hasta la juventud temprana. Así, por ejemplo, el germen de la obra entera de Scorsese puede hallarse en Taxi Driver (1976). No hay Mommy (Xavier Dolan, 2014) sin Yo maté a mi madre (Xavier Dolan, 2009). No hay El capital (Karl Marx, 1867) sin El 18 brumario (Karl Marx, 1852), y no hay autorx sin una salvaje exploración del potencial de creación adolescente.
Pero digo que el capitalismo contemporáneo es incompatible con las largas vidas dedicadas a una disciplina por varias razones. Primero, porque la figura del autor está fundamentada, igual que la del asesino serial, en un protagonismo personal incompatible con la verdadera manera en la que avanza la creación: la colectividad, la comunidad. ¿Qué sería de la obra de Marx sin Engels, sin Kropotkin, sin Gramsci? ¿O la de Scorsese sin Robert De Niro, sin Al Pacino, sin Leonardo DiCaprio?
Segundo, porque para este punto de aceleración, el capitalismo está particularmente engolosinado con la inmediatez, el contenido de fácil digestión, la superproducción y la excesiva simplificación del núcleo de las cosas. El arte, la filosofía, la cultura corren a ritmos mucho más lentos, a veces moviéndose a razón de unos pocos centímetros cada década. De tal forma que para cuando se supone que podríamos disfrutar del Dolan más experimentado, perfectible, acumulativo, en La noche que Logan despertó (2022), nos topamos con que es el final del camino. Así acaba todo. Los finales que podemos esperar del capitalismo, igual que de las jóvenes promesas, son siempre anticlimáticos.
Tercero, porque a una narrativa caracterizada por la producción siempre individual y por destajo, se suma la aplastante crisis global del sistema de producción. Los celulares achicharraron nuestra mente, las plataformas capturaron nuestra atención, los algoritmos mataron nuestro libre albedrío, y entonces la juventud ya no es un potencial creativo, sino un compendio de ansiedad, depresión, crisis financiera, y presión excesiva que implosionará en cualquier momento.
Al capital le gustan las promesas, se alimenta de ellas para seguir prometiendo, para crear hype, para subirse al tren, para llegar a más personas, para que lxs jóvenes puedan seguir aspirando, deseando aquellas cosas que hacen funcionar al sistema corrompido.
Una nota para las jóvenes promesas: desátate de la promesa, sal del gran esquema piramidal que es el sistema capitalista, busca la perfectibilidad, la colaboración, el ritmo pausado y lento que garantiza una cocción profunda. No desesperes, desmárcate de las expectativas, que no te generen ansiedad, burnout ni síndrome del impostor. Haz de la promesa un potencial creativo.
Ilustrador: Carlos Gaytan Tamayo (Ciudad de México, 1999). Estudia Ciencias y Artes para el Diseño en la UAM Azcapotzalco. Formó parte de varias exposiciones colectivas de cartel en su universidad. Algunas de sus obras ilustran artículos de Cultura Colectiva. Su trabajo se inspira en diversas técnicas y se encuentra en el diseño gráfico y la ilustración.