Vagando por los raros caminos de la curiosidad clasificatoria, ésa que busca sin cesar definiciones de palabras —algunas que escuchamos y otras que imaginamos—, me encontré con la palabra “transterrestre”, la cual necesita otra más para acompañar su significado. Existe una maniobra propia de la ciencia espacial que consiste en insertar una nave, tripulada o no, en la órbita terrestre: se conoce como inyección transterrestre. Se lleva a cabo bajo las siguientes condiciones: un cohete es propulsado con cálculos precisos y esperando la condición de que la Tierra esté orbitando a nuestra luna. La nave queda, entonces, inserta en la profundidad del cielo, con la posibilidad de regresar libremente a su origen. Con una maniobra bellísima de propulsión y cálculo, Gabriela Aguirre (Querétaro, México, 1977) logra insertar su poesía en ese cielo donde duermen las palabras que nacieron de la noche, de la ausencia de tierra, del soñar para dejar de extrañar.
Les cuento un poco. La Editorial Universitaria de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL) tuvo el acierto de publicar dos poemarios de Aguirre en un solo volumen, con un cuidado y distribución textual maravillosa. En este libro encontramos La frontera: un cuerpo (Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino 2003) y El lugar equivocado de las cosas (Premio Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa 2007), obras que ahora considero fundamentales para entender y disfrutar la poesía de nuestra contemporaneidad. El primero nos recibe como lectores desde las primeras páginas con el calor del desierto; con él llega el impulso del viaje, quizá el transterreste, pues en un mundo globalizado, ahora el destierro —tema de sus poemas iniciales— ya no consiste en la ausencia de la patria, sino de la tierra misma, del aire, de la lengua, de la capacidad de adaptarse, del logro de poder dormir en un cuerpo que has dejado de reconocer como propio. En el segundo Gabriela Aguirre nos introduce a una poesía fragmentaria, mínima, enmarcada en cotidianidades y detalles, en gatos, en sueños y en sus vivencias personales.
Aguirre escribe “El viaje es recorrer con un dedo las venas de tu mano”. Esta metáfora de comparación nos deja la boca seca, pero al mismo tiempo endulzada por el gran logro poético. En lo personal siempre he considerado que el poema es, esencialmente, imagen pura; por ello, es el género literario más cercano a los movimientos de vanguardia, porque goza de mayor plasticidad. Y la poeta toma esta materia prima iconográfica y nos comienza a retratar imágenes tan personales como genéricas, que nos impulsan como cohete hacia el cielo transterrestre.
La frontera: un cuerpo tiene un tono confesional, privado y nostálgico. Encontramos la voz poética de quien está lejos del hogar, de esa ciudad que creamos en nuestras memorias, o como canta Mercedes Sosa, quienes fueron obligados a “vivir una cultura diferente”. La frontera es la invitación al viaje, al riesgo, a la incertidumbre. Pero la frontera no es sólo geográfica, sino también la corporal, pues individualmente también cargamos con nuestros orígenes y nuestra piel, la ausencia de otros cuerpos impregnados en los propios, nuestras propias fronteras terrenales. Gabriela Aguirre nos recuerda que los viajes son hacia adentro: nos bifurcan en el tiempo, y hay uno que recorre las geografías políticas y otro que recorre las geografías de los nombres. El descubrimiento del poemario ha sido una experiencia grata, pues considero que leer algo que te cause un escalofrío, que te recorra el cuerpo hasta desbordarlo en lágrimas, es uno de los maravillosos milagros de la literatura. Tuve que leer más de un poema en voz alta, compartirlo con quienes estimo y son parte fundamental de mi vida.
Este primer libro de la poeta queretana tiene una marcada línea narrativa de eso que se desprende cuando se escribe y se entrega en el poema. Poemas como “Inventario” o “Había soñado agua” construyen una narración dialógica con el lector y el poema, con la voz y esa vivencia que nos cuenta y nos hace estremecer. Gabriela Aguirre construye y plantea la médula de la poesía: es nuestra necesidad de volver a ciertos lugares, de descubrir la parte de oscuridad que nos toca y lo que hemos perdido en los afanes de encontrarnos al escribirnos.
Si en La frontera… Aguirre usa la poética del exilio, de la búsqueda y el desarraigo, en El lugar equivocado de las cosas nos enfrenta a lo encontrado, a los recuerdos diáfanos y a la construcción del poema testimonial recipiente de memoria. Aquí habla de mascotas, de enfermedades del alma que asolan a los extranjeros, de fotografías remotas y de ciudades que se redescubren y se vuelven a fundar en las piedras que marcan la topografía de nuestra carne.
En este segundo poemario encuentro las influencias de Alejandra Pizarnik, Enriqueta Ochoa, Sylvia Plath y Alfonsina Storni. La fragmentación de la lengua, el ir al límite de la semántica en la ausencia de puntuaciones, pero con la posibilidad de volver lo portentoso al lenguaje poético a través de las palabras escogidas y enlazadas. No encontramos la narratividad, la lógica de quien cuenta una historia, presente en el primer libro, pero sí hallamos una consolidación en la madurez creativa al llevar la escritura, sin miedo y sin tapujos, a un límite pragmático, a exprimirla, a querer sacar toda imagen y significado de la palabra. Sus temas son varios, pero destacan la enfermedad, la ciudad que no deja de buscarse, las pequeñas existencias —los gatos, los amigos, la añoranza, los sueños— que finalmente nos construyen en un todo. La poesía contemporánea, y esto lo señalo como un acierto, ha dejado de cantarle a la patria, a los conceptos filosóficos, a los grandes temas de la humanidad, y se centra en aquellas unidades temáticas en las que poco se ha reparado, en las cosas “sin importancia” que nos hacen importantes por saberlas y por vivirlas. La poesía ya no sólo se declama, debe leerse con todo el cuerpo, con cada centímetro de piel.
Quiero ejemplificar lo que se dice en el párrafo anterior. En el segundo poemario encontramos mucho del estilo de Pizarnik: fragmentario y conciso, pero quizá sin la metaforización excesiva de la autora argentina, que por momentos roza lo surreal. De Sylvia Plath hallo las cotidianidades, los lugares comunes de la vida, los detalles patentes que construyen la totalidad de la existencia Una montaña se hace de pequeñas piedras, y así la poeta estadounidense nos ha dejado su gran obra. Les dejo este poema, perteneciente a la segunda antología de Aguirre, que da fe de esto.
Se me volvió una costumbre
Gabriela Aguirre, La frontera: un cuerpo. El lugar equivocado de las cosas, UANL, p. 105
romper los timbres pegados en las cartas:
algo me hacía sentir
que cortar las estrellas
de una bandera impresa en estampillas
te liberaba de algún modo.
Conservo la tinta y el papel
que pedías a los custodios
para enviarme tus palabras
todavía con el sabor
de la comida congelada.
Uno de los grandes aciertos de este segundo compendio es la variedad temática, unido en pequeñas secciones de fotografías, sueños, recuerdos. Gabriela Aguirre escribe porque es una necesidad vital hacerlo, se escribe a sí misma, pues cada uno de los poemas tiene un grado de intimidad. Nos invita a vivir en la soledad de uno mismo, nos hace cuestionarnos dónde será bueno echar raíces o hacia dónde huir. Somos objetos perdidos en los lugares que nos permite habitar la historia de la literatura, somos exiliados del verso metrado que viven en el retiro fronterizo.
Ambos textos tienen una relación dialógica, ambos son precedentes y consecuencias de una poeta en donde habitan todos los tiempos. El libro de La frontera… y El lugar equivocado de las cosas constituyen entre ambos un compendio de lectura orgánica, donde encontramos voces recurrentes, pero un desarrollo cada vez más sofisticado de la poesía de Gabriela Aguirre. El acierto es haber realizado un libro donde ambos conviven como dos satélites naturales que se alimentan de fuerzas que provocan vientos y marejadas.
Desde sus corporalidades, desde su exilio, se construye un impulso que revitaliza a la poesía: lanza el cohete para inyectarse en ese terreno de nadie, que no es ni del aire, ni de la Tierra, ni de la Luna, ese espacio transterrestre donde la poesía encuentra un nuevo eco. Sin duda, Gabriela Aguirre se consolida como una de las voces más certeras y preciosas de nuestro concierto poético contemporáneo, y nos lanza en maniobras innovadoras y precisas a habitar en esa retirada de la memoria.
Si deseas adquirir el libro, puedes adquirirlo en la tienda en línea de la UANL.