Ya no seremos los niños que fuimos: “Postales de Inglewood”, de Rosa Espinoza

¿Qué sientes cuando miras hacia atrás? La nostalgia es el dolor por aquello que no vuelve. Por sí sola, no es positiva ni negativa. Los pensamientos que rodean a esa emoción transforman la manera como nos fundimos con el pasado. ¿Qué sientes cuando ves directamente tus más grandes traumas? Algunos piensan que, cuando miras lo suficiente hacia el vacío, éste te devuelve la mirada. Ve algo en tu interior, te apuñala desde dentro y te deja indefenso, a la expectativa de una nueva interpretación, acaso más optimista, pero perdida en el tiempo.

Postales de Inglewood (2022), de Rosa Espinoza (México, 1968), recientemente publicada por la Editorial de la Universidad Autónoma de Nuevo León, es la respuesta a una pregunta titubeante, dolorosa y apenas definible: ¿qué pasa con los recuerdos hirientes? Nada, se cristalizan, se enmarcan en un contexto que estamos obligados a recordar siempre a través del nada confiable filtro de nuestra memoria. No importa si las cosas sucedieron como están esculpidas en el recuerdo, no importa si se escapan los detalles más importantes entre las manos. Lo que cuenta es el eco, cuyas resonancias entran como cuchillos y parten la esperanza por el futuro.

Ganador del Premio Nacional de Narrativa Dolores Castro 2017, en el libro hay abusos, muertes y convalecencias que todavía encuentran la manera de hacerse palpables en el presente. Estos fenómenos se presentan a manera de capítulos sueltos, relatos aparentemente inconexos que comparten una voz doliente en la narración. Todas las postales ocurren en el pasado, y no soy metafórico en esta aseveración. Cuando se compra una de estas tarjetas y se envía por correo postal, las tres o seis semanas que demora en llegar son una reafirmación de que el tiempo transcurre, y que esa imagen, dibujo, pintura o lienzo en blanco tuvo lugar en un pasado que se reciente (o re-siente) por lo escrito ahí.

Quien lea Postales de Inglewood será un buzón de malas noticias, pero también un destinatario con el deber de desarrollar su empatía. Con las memorias sensibles, habrá una conexión natural, y con las inadvertidas habrá apenas un acercamiento. Las letras de la autora buscan que el registro de su voz retumbe más en las mentes heridas. Existe mucha belleza en los trazos narrativos que Rosa Espinoza construye de sus recuerdos, pero pronto la estética y la descripción se ven desbordadas por los duros impactos que rompen con la presunción de pureza:

La vida es un camino conocido, una ruta familiar, una brecha cotidiana, pero algo puede interrumpir severamente en esa rutina acompasada y segura, y enrarecer para siempre el resto de tu vida.

Rosa Espinoza, Postales de Inglewood, UANL, p. 23

Las postales de la autora son, con seguridad, aquellos golpes que enrarecen, oscurecen, hunden, marcan. En los tecleos de Espinoza sólo hay añoranza por aquellos paisajes, humanos o naturales, que ya no existen. No quiere volver al útero, pues ya no existe la infancia; nunca fue un lugar seguro, ni siquiera cuando lo parecía. Nunca volveremos a ser lxs niñxs que fuimos.

Quizá el encanto de este libro se construye precisamente por el pesimismo con el cual estas postales están digeridas. Sin embargo, siempre queda la impresión de que debe de haber algo más, un encanto escondido entre líneas, un puente para sortear el abismo, un veneno para matar la tristeza y la soledad. Detrás de las espinas, hay una mujer sensible, ansiosa por sentirse abrazada por el mundo y sus misterios.

Mi mente no ha registrado la pérdida, el segundo en el que desapareció para siempre. Por eso los umbrales me producen una sensación de retorno, de ansa, de espera.

Rosa Espinoza, Postales de Inglewood, UANL, p. 55

En una postal en concreto la protagonista se encariña con una gata, La Miau. Describe su caminar, se encanta de su lado salvaje y aprecia sus hazañas y acrobacias. No es difícil adivinar, por el tono del libro, el final de esa mascota. Pero lo que en realidad llama la atención es la estoica resignación con la que se asume su finado.

Es como si en las líneas de este libro sólo hubiera espacio parra la resignación. Los forros crean una fortaleza que guarda las debilidades y los traumas, y al mismo tiempo las exponen a la crítica con una valentía colosal. Este libro es precavido, toma su tiempo y su distancia para apreciarse sin herir. Resulta devastador, no obstante, quita y pone el dedo en la fístula tan repetidamente que apenas queda un aura de sufrimiento en forma de sombra, como los aleteos de una polilla frente a una luz incandescente. 

El tamborileo de mariposas resurgió, pero ahora al frente de la casa, donde los focos se mantenían encendidos. La puerta de cristales ambarinos dejaba ver las sombras que el insecto dibujaba sobre el mármol oscuro de la entrada. De nuevo el ritmo hacendoso e insistente […]. La falena ciega y moribunda dejó de insistir. Al salir el sol ya era polvo.

Rosa Espinoza, Postales de Inglewood, UANL, p. 35

Lo más probable es que la autora no se haya quedado sin esperanza. Hay una luz al final del túnel y una breve, pero sólida creencia de que todo estará bien, en algún lugar, o en algún momento. Que, por ejemplo, La Miau está en el Paraíso Micifuz, o que el fuego purifica y el final del aguacero puede provocar un arcoíris. Que todavía somos lxs niñxs que solíamos ser. 

“Todo estuvo siempre ahí, hasta que el tiempo hizo polvo la pasividad y ella despareció”. Postales de Inglewood lamenta la pérdida de la esperanza, a la vez que se convierte en un réquiem y una ordalía. Lastima en lo hondo, nos invita a calar la propia profundidad e inmortalizarla en una postal, a fin de cuentas, pasada, anacrónica, caduca, inexacta.

La ciudad de Inglewood, en California, es el lugar desde el que se envió aquella postal que la autora inmortaliza en este libro. Así, se vuelve el símbolo de la pureza rota y de la inocencia perdida, además de su mausoleo y lugar de eterno descanso. Ahí yacen los recuerdos que alguna vez se presentaron vivos, palpitantes, y que ahora resuenan anunciando una resurrección que no termina por apagar la luz por completo.

Quien desee conocer las postales, deberá estar preparado para desenterrarlas, como en una máquina del tiempo. Postales de Inglewood puede comprarse en la tienda en línea de la UANL o en las librerías asociadas.