Tanatosis – Cuento de Andrea Santana

Ilustración de Darío Cortizo

Está lloviendo.

Las gotas de agua golpean las puntas de las hojas, empujándolas hacia abajo. Algunas de ellas se aglomeran en las láminas verdes y, cuando éstas no aguantan más el peso, se doblan hacia abajo, dejando que un chorrito de cristalina y fresca agua de lluvia me bañe y lubrique mis ojos.

En cierto sentido, puedo agradecer la saliva del cielo, por lo menos es capaz de mojar mis ojos de vez en cuando, así no me arden tanto y puedo conservarlos abiertos. A veces, el chorro de agua tarda más de lo esperado y mi vista se torna cada vez más blanca, los ojos me arden y siento la absurda y peligrosa necesidad de parpadear.

Sé que, si lo hago, estaré muerto.

No sé cuánto pueda aguantar así, pero debo continuar, porque todavía no se larga.

Tampoco sé qué está esperando para largarse.

Es sencillo mantener quieta la respiración. Con el vientre blanco hinchado, puedo, por lo menos, mostrarle mis órganos. El hígado marrón y reseco podría causarle asco y no creo que mis entrañas gomosas y grisáceas llamen demasiado su atención. Aún no se va. Estoy empezando a ponerme nervioso. ¿Por qué no se va?

Otro chorrito de baba de cielo me baña las pupilas. Mis pupilas resecas empezaban a ver blancos los troncos de los árboles. No puedo verla a ella directamente, no puedo parpadear o desviar la mirada. Si lo hago, se abalanzará sobre mí como la he visto hacerlo antes sobre los demás. He visto morir a varios entre las fauces de ese monstruo.

Quizá, si llegara a atacarme, podría saltar con mis patas traseras. Si lo hago con fuerza y rapidez, la perdería. Si lo hiciera ahora, tal vez la tome por sorpresa. No me he movido ni un centímetro, ni un milímetro, ni una décima de milímetro, ni una centésima de milímetro. Si salto, tal vez no consiga atraparme.

Si lo hago ahora, tal vez le tome por sorpresa.

Si lo hiciera ahora…

No, no. Tengo que optar por la opción más segura. Ella es rápida también, se deslizará por las hojas y las ramas mojadas y acabará por alcanzarme. Es mejor así, eventualmente se aburrirá de esperar y buscará otra presa.

¿Por qué mi piel tiene que ser verde y no amarilla o anaranjada? Así, por lo menos podría defenderme. No estaría aquí como un pelmazo aguantando mi respiración. ¿Acaso mi pecho se está moviendo? Con lo hinchado de aire que está, dudo mucho que pueda notar el latido de mi corazón, incluso con lo acelerado que está.

¿Estará viendo mi pecho? Si tan solo pudiera mover el ojo. Mover la pupila y enfocarla sólo durante medio segundo. Sabría si sigue viéndome. Sería gracioso que se hubiese quedado dormida esperando. Entonces, sería el mejor momento para escapar.

Pero no está dormida, Mientras yo me esfuerzo por mantenerme quieto, ella juguetea con su cola. Si hubiese otro animal cerca, la vería y ni siquiera se atrevería a acercarse. Nadie vendrá a ayudarme cuando me descubra y se lance sobre mí. Con mucha suerte, podría dispararle con mi lengua y picarle un ojo, tengo una lengua muy larga y flexible. Pero no creo que eso la detenga. Otro chorrito de lluvia cae sobre mis ojos.

Nosotros tenemos la piel muy blanda, con sólo rozarme con uno de sus colmillos, podría desgarrarme el estómago, y arrancar mis patas. Con la fuerza de su paladar aplastaría mi cráneo y mis ojos se saldrían de sus cuencas. Entonces, si no estoy muerto todavía, tendría que esperar siendo una bola en su garganta, hasta que me asfixie.

Sólo pensar en eso me produce escalofríos y ella lo nota. Puedo ver, con la última rasgadura de mi pupila, cómo se alza sobre su pecho, meneando la lengua bífida con agitación, feliz de haber conseguido cena para hoy.

Ya lo sabe.

Sé que ya lo sabe.

Todo se vuelve blanquecino nuevamente, mientras una silueta alargada y flexible se escabulle entre el poco espacio que nos separa.

Por un momento, puedo respirar. Una última vez, puedo respirar. Mi lengua seca regresa a mi boca y, por última vez, puedo volver a cerrar los ojos y lubricarlos con la parte viscosa del interior de mis párpados.

Una vibración recorre mis ancas y mis dedos se estiran para brincar. Brincar por mi vida. Siento el aire y la lluvia coagulada en el lomo por un instante, justo antes de que los feroces colmillos se entierren en mi espalda.

La saliva del cielo me lava los ojos nuevamente.

La saliva de serpiente espesa, viscosa y maloliente.


Autora: Andrea Santana (Caracas, Venezuela, 2000). Licenciada en Letras en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). Ganadora del Desafío Literario (2019) del Blog de María Martín Recio con el cuento “La mujer y la pintura”. Quinta Mención Honorífica en el Premio de cuento Santiago Anzola Omaña (2020) con el cuento “Cinco minutos”. Seleccionada para la Revista Brevelectric (2021) con el cuento “Lluvia, lluvia”. Publicada en la revista Digopalabra (2022) con el cuento “Macetas aéreas”.

Ilustrador: Darío Cortizo Morelia (Michoacán, México, 1999). Estudió la licenciatura en Arte y Diseño en la Universidad Nacional Autónoma de México. Desde 2020 ha trabajado como ilustrador y caricaturista en revistas literarias. Sus principales temas de interés son el absurdo y el subjetivismo. Puedes seguir su trabajo en Instagram y Twitter.