El erotismo y la obligación de hacernos felices: a treinta años de “La llama doble” de Octavio Paz – Ensayo de Pamela Muñoz

No llamamos a algo “bueno” porque lo sea, llamamos bueno a lo que deseamos.

Baruch Spinoza

“Es nuestra ración de paraíso” es una frase difícil de olvidar luego de mi tercera lectura de La llama doble, publicado por Octavio Paz en 1993. Pero ¿a qué se refería Paz realmente con paraíso? La llama doble, además de ser un ensayo sobre la sexualidad, el erotismo y el amor, es un tratado sobre el paso de estas manifestaciones en la vida y en la literatura. Es un libro que tiene el poder de cambiar nuestras concepciones respecto al desarrollo de la sexualidad, gestionando paralelamente nuestra libertad. No hay nada más erótico que el misterio, y “el misterio de la condición humana reside en su libertad”, escribe Octavio Paz.

Si algo me atrae mucho del libro es precisamente el uso de la libertad como eje fundamental para desplegar nuestra autonomía. Leer La llama doble desde una perspectiva feminista da algunas claves para entendernos a través de la historia del amor y la sexualidad.

Desmontar la idea preconcebida que tenemos culturalmente sobre el amor es algo primordial. El amor, separándolo de su significación emocional, como menciona Paz, es una idealización de la realidad social, lo cual lo convierte muchas veces en una ficción poética, en una regla de conducta, en la negación de nuestra propia soberanía y en la búsqueda del reconocimiento de la persona amada. Me atrevo a decir que concebir el amor como las definiciones anteriores nos ha llevado a creer que es una razón del sexo o viceversa, e incluso nos ha alejado del goce de nuestro propio cuerpo.  La filósofa Graciela Hierro se cuestiona: “¿Dónde ha sido el placer femenino más controlado por el poder patriarcal que en su sexualidad, al dedicarla por entero a la procreación?”. 

Si tan solo pudiéramos expandir nuestra razón de ser frente al amor, seríamos capaces de asimilarlo más como un deseo de plenitud que de apego; más como una forma en la que se manifiesta el universo que como un tratado de exclusividad; más como instantes y experiencias que nos dejan ver al otro, en vez de considerarlo un objeto de posesión. Todos estos conceptos mencionados por el mismo Octavio Paz, podrían reivindicar el amor como un hecho más trascendental que carnal; sin embargo, no es así. La visión dualista científica de occidente nos ha hecho creer que el amor y el cuerpo están separados, cuando en realidad el cuerpo (desde un punto de vista tántrico, por ejemplo) es un camino de iniciación para ver las formas del mundo (éticas y estéticas); entre ellas, el amor. 

Deshacernos de las ideas románticas, en las que el amor y el cuerpo hechos de la misma materia (según Octavio Paz refiriéndose a una cosmovisión tantrica) tienden a aprisionar los males, es un paso para poder llegar a sentirnos plenas es decir, estar en un estado de goce continuo sin la necesidad de complementarse con alguien bajo acuerdos socialmente exigidos o, peor aún, bajo una dependencia psicológica. Un amor sano es la liberación continua de nuestro espíritu mediante las conexiones humanas. 

La fe: saber que se puede ir y comer el milagro. El hambre es la misma fe – y tener necesidad es mi garantía de que siempre me será dado. La necesidad es mi guía

Clarice Lispector, La Pasion segun G.H., Corregidor, p. 166 

Graciela Hierro, en su libro La ética del placer, menciona un acto de revelación que como mujeres responsables de la liberación femenina necesitamos ejercer: “enfrentar el paradigma sexual que nos impone ser posesión, media naranja, o incluso concebir el sexo como algo dañino y que nos demanda tener que justificarlo mediante la monogamia o la reproducción”.

Pero ¿por qué insistir en el amor como una de las fuentes primordiales para una verdadera liberación feminista? Cito a Octavio Paz: “La historia del amor es inseparable de la historia de la libertad de la mujer”, el mismo escritor corrobora que a las mujeres se nos ata la existencia en tanto el amor, no en nuestra independencia, por lo que creo necesario entonces cuestionar el concepto del amor: concebirlo como una forma de estar en el mundo, más no como una declaración de dependencia. 

¿Por qué en la sexualidad las mujeres nos consagramos? Cito a Graciela Hierro: “Porque nos permite expresar en la práctica nuestras convicciones morales más profundas”. Aplicar en nuestras relaciones sexoafectivas todo el conocimiento y bagaje que nos hace humanas/mujeres es fundamental para ejercer nuestra libertad sexual de manera responsable, sin auto-cargarnos exigencias y prejuicios que no nos corresponden. 

Así como el dinero es para Sylvia Federecci un acto de control hacia la mujer, que la aleja de su autonomía, el sexo y el amor también han sido herramientas para su sometimiento, distanciándola no solo del derecho a su libertad psicológica, física y emocional, sino separándola del erotismo que puede desarrollar en su placer individual o compartido.  

Si desvirtuáramos la cultura hegemónica, capitalista y patriarcal del sexo sentiríamos más. La pornografía, los medios de comunicación, la publicidad, los cánones de belleza, la misoginia, etc. han erosionado de un modo brutal el sentido del sexo. En vez de que el sexo sea un acto trofeo en el que llenamos nuestros vacíos y una bandeja que completa nuestro ego por falta de autoestima, bien podríamos transfórmalo en un acto creativo de vida (como simbólicamente lo es). Retomando a Paz, habría que dialogar en la creación y repetir ritualmente su proceso cósmico: destrucción y recreación de los mundos.  

Escribe Graciela Hierro: “toca a nosotras, las que descubrimos la falta, crear nuestros mitos”; es decir, ser amantes, y por amante parto de las premisas de La llama doble, donde serlo es buscar la belleza y conocer una realidad oculta. En otras palabras poner en práctica el glosario sobre erotismo de Paz:

  1. Encuentro amoroso de cuerpos y su dirección rumbo al sentido estético de tales sensaciones.
  2. Infinidad de manifestaciones afectivas y estéticas.
  3. Alquimia: la fusión del yo y del mundo.
  4. Purificación de los sentidos y de la mente.
  5. Desnudez progresiva hasta llegar a la anulación del mundo y del yo.
  6. Sexualidad transfigurada por la imaginación humana.
  7. Cristalización que transforma a la sexualidad y la vuelve incognoscible.

El control ejercido sobre la mujer a lo largo de la historia, ha sido sin duda a través de su sexualidad, en tanto a ser reducida como objeto de posesión; es por eso que muchas veces la sensualidad, el erotismo, la feminidad/masculinidad, entre otros tantos actos de amor  llegan a ocultarse como nuestras sombras. Precisamente, en el libro El elogio de la sombra escribe Junichiro Tanizaki: “basta con que la parte visible esté impecable para que se tenga una opinión favorable de lo que no se ve”. Explorar indiscriminadamente nuestros aspectos más sutiles o íntimos no debería ser una cuestión que nos persiga, y menos por una doble moral socialmente establecida que nos dice todos los días cómo debemos vivir nuestra sexualidad. Sacar a la luz nuestras profundidades es un acto de amor al igual que buscar esas opiniones favorables de lo que no se ve.

Hay una mordida profunda,
incisiva,
en el centro de mi sexo
por la cual yo me erijo como yo misma
y soy,
y poseo y dono.
Regalo mi cuerpo mi ansia.
Hay una mordida en mí
que doblega al otro
lo arrodilla, lo inclina
por esa mordida se abre un vasto mar de vacíos
vértigos
precipitaciones
abismos
[…]

Hanni Ossott, “La mirada profunda”, en El circo roto: poemas 1990-1993, , 1996 

Autora: Pamela Muñoz (México, 1991). Historiadora del Arte, escritora, cinéfila y amante de la filosofía y las letras. Ha escrito ensayos sobre cine en revistas como Tierra Adentro, y sobre feminismo y arte en espacios de investigación como la Cátedra de Teología Feminista de la Universidad Iberoamericana; recientemente, escribió sobre música para el Centro de Cultura Digital. Actualmente, espera incursionar más en la poesía, el cine y la crítica literaria.