Collage de I. A. Bosco
Pocas cosas en este mundo son tan recompensantes como entenderse y encontrarse a uno mismo dentro de su propia vida. Esto se vuelve aún más relevante en un mundo donde la perdición es abundante y, muchas veces, garantía. Ejercer la vida propia y la propia vida. Una herramienta para lograr lo anterior se encuentra en la exploración de un lenguaje musical propio.
La exploración de un lenguaje musical propio acerca al practicante al mundo, así como posee cualidades y oportunidades que pocos medios ofrecen con tanta amplitud y flexibilidad para aventurarse hacia lo desconocido. Lejos de ser un hobby terapéutico, lo que proponemos es familiarizarse con un arma psíquica-tecnológica-artística, cuyo potencial esconde un poder de desarticulación y rearticulación de realidades lingüísticas y culturales.
No queremos que nos expliquen el mundo; queremos sabotearlo, revolverlo, disfrazarlo y collagearlo para al fin empezar a entender qué está sucediendo en este laberinto en el que nos encontramos, en esta casa de los espejos donde las cosas rara vez son lo que aparentan. Para ello, crearemos nuestras propias pinturas rupestres desde nuestros laboratorios; buscamos edificar mundos y embarcarnos en travesías con la ayuda que pocas herramientas como el cultivar un lenguaje musical propio permiten. Queremos escribir el mundo y escribirnos con él y hacia él. Para ello disponemos de numerosos motifs y personajes que se expanden y contraen de acuerdo con lo que la situación exige: el cavernícola, el científico, el artista, el criminal, el santo, el loco, etc. No somos reformistas. Igual, podemos señalar que este proceso de creación es de una naturaleza circular y, hasta donde alcanzamos a ver, infinita.
En este punto del mundo y de nuestras vidas, cuando se trata de supervivencia musical, resulta mucho más valioso saber grabar de una forma interesante una sopa hirviendo que dominar un instrumento al derecho y al revés. Si sabes grabar, sabes tocar, componer, producir y ensamblar música. La cuestión mecánica que concierne a nuestra labor no tarda en hacerse presente.
Un lenguaje musical propio puede ser nutrido, sembrado y eventualmente cosechado si uno posee la suficiente determinación, curiosidad y disposición de sensibilizarse sobre el ambiente que nos rodea y nuestra siempre cambiante relación con él. La misión inicial es concientizarse sobre el sonido, nuestra fluida y amorfa materia prima. No habrá música si no hay sonido, y no habrá buena música si no hay conciencia sobre el sonido. Lo que queremos es encontrar al sonido manifestándose en sus hábitats naturales: ¿de dónde sale? ¿Cómo sale? ¿Qué dimensiones abarca? ¿Está adentro o está afuera? ¿Viene de arriba o viene de abajo? ¿Qué tan constante es este sonido? ¿Qué tan intenso es? ¿De qué color es? ¿Qué sonidos se le parecen? ¿Por qué? ¿Se puede acceder directamente a la fuente de donde emana este particular sonido? ¿Lo produce una máquina, un ave, un violín, una flauta? ¿Quizá no existiría ese sonido sin el contacto específico de dos cosas? Al final no es necesario responder a estas preguntas pretendiendo darles una conclusión inapelable. Será mejor interactuar con ellas constantemente. Las preguntas son la fuente de donde toda creatividad emana. Determinado momento entregará determinadas respuestas a determinadas preguntas.
Lo mejor y más práctico que uno puede hacer para alimentar esta relación sensitiva con el sonido es grabar todo lo que sea posible. Para nuestra buena suerte, las herramientas que nos permiten esto son tanto numerosas como accesibles. No se puede hacer gran arte siendo enemigo de la tecnología. La invitación al iniciado sonidista de recargarse en algo como la tecnología de la cinta de audio jamás pretenderá negar la eficiencia de tecnologías digitales (el encuentro entre análogo y digital siempre traerá resultados interesantes a la mesa, es inminente en su necesidad), ni entregarse a la penosa tarea de la nostalgia. La motivación es promover el desarrollo de una relación sensible con el sonido. La convicción quijotista de esta columna queda al descubierto.
¿Por qué cinta? La cinta es magia, la cinta es ciencia ficción. Captura y alberga sonido para ser reproducido después, siendo bastante variable la forma en que ello llega a suceder. Es una herramienta para documentar mundos y eventualmente generar otros. Lo que queda encriptado en cinta puede ser recortado, estirado, acelerado, copiado, rayado, reversado, bisturizado, (re)ensamblado y preparado de mil maneras que siempre ayudarán a descubrir nuevas posibilidades del y en el sonido en sus dimensiones ocultas. Asimismo, posee una gran versatilidad y continua transformación que siempre pondrá en evidencia la mar de posibilidades. El contacto es totalmente directo, el sonido está ahí.
La munición (las cintas) es igual de conseguible, así como lo es una sencilla grabadora portátil (si es que uno mantiene los ojos abiertos para localizarle en las calles). Siempre se le encontrará oculta a plena vista esperando a algún valiente dispuesto a manchar sus dedos de necesaria mugre. Estamos buscando transformar el desperdicio en oro. Nuestra labor se encuentra en expansión constante; exige diligencia, exige agudeza.
“Todos los medios son extensiones de facultades humanas psíquicas o físicas, la llanta es una extensión del pie, el libro es una extensión del ojo, la ropa es una extensión de la piel, los circuitos eléctricos son una extensión del sistema nervioso central”. Esta inmortal aseveración pertenece al comunicólogo canadiense Marshall McLuhan. Fue impresa en su libro El medio es el masaje, originalmente publicado en 1967 (Gingko Press, 2001), interesantísimo e ilustrativo tratado sobre el impacto que los medios tienen en nuestro organizar y fluctuar psíquico, el cual, no deja de lado la participación del sonido en ello. Nuestra grabadora portátil es una extensión de nuestro oído-memoria.
Grabar y grabar y grabar, archivar y archivar y archivar. Armar una biblioteca de estos pequeños mundos capturados: tormentas, automóviles, aves, paisajes urbanos, ecosistemas enteros que serán capturados en espacios de quince segundos, de quince minutos, de tres minutos, de tres horas. Los diferentes nombres que designen a estos diferentes mundos siempre resultarán de individual importancia al practicante: se expande una imagen en constante movimiento, chocan los materiales, chocan las situaciones, chocan los colores. No llueve igual de día que de noche, no llueve dos veces la misma lluvia en un mismo lugar y un automóvil nunca rechina su llanta dos veces en el mismo lugar de una misma manera. Es muy impresionante lo que uno puede llegar a capturar en determinado momento, pero es más impresionante empezar a extraer los detalles ocultos en cada escena. Uno tiene que entregarse a este ballet, al cual, el ejercicio de la concientización del sonido ayudará a reconocer como tal: los eurekas y los ¡¡¡ajas!!! esperan pacientemente a quien sabe escuchar.
Posteriormente, al avanzar en nuestro coleccionar de sonidos, el uso de edición en algún software particular ayudará a expandir nuestras posibilidades de ensamblaje que ahorita se encuentran en una etapa “sonidal”, de la cual pretendemos llegar a la “musical”. La producción musical se desencadena como proceso desde que uno lee su ambiente. Es una lectura única a cada persona ejerciendo el oficio, es el mantener una conversación psíquico-tecnológica-artística en constante maquinar. La mera manipulación y digitalización de la cinta pone en evidencia las dimensiones que van de lo psíquico a lo mecánico, la relación entre los engranes y pistones, la cinta y el cableado que manda la señal de la grabadora a la computadora. Estas dinámicas logran que el sonido viaje constantemente de un punto a otro: desde donde emana a una máquina que le captura a nosotros y de regreso. Véase el aporte de la cinta en su relación al sonido sencillamente como la relación entre escribir y pensar, y la pluma con el papel y eventualmente el leer.
El recién iniciado capturólogo de sonidos pronto verá cómo el sonido capturado desde su origen y el ahora contenido en su grabadora portátil no son el mismo. La conversación rara vez termina. El sonido viaja y viaja y cambia y cambia; diferentes formas de ver y escuchar el sonido salen a la superficie. No es demasiado complicado mantener una línea de trabajo y consistencia en este campo. La clave suele fuertemente recaer en no cerrar las interrogantes y mantener oídos atentos. ¡¡¡Graben, graben a discreción!!!
Experimentar, más allá de llevar a respuestas de interrogantes, despierta y mantiene vivo el continuamente maravillarse sobre el mundo y las posibilidades ocultas en todo lo que hay en él, una habilidad tan necesaria a este, nuestro oficio musical. Visibilizar lo que se esconde a plena vista, la edificación personal, el descubrimiento de nuevos horizontes artísticos, el manejo de un lenguaje como lo es la música y su mecánica, así como el descubrirse a uno en su siempre cambiante relación con el mundo.
El único buen consejo que existe, el consejo que se esconde detrás de todos los consejos, el consejo que paciente espera a ser aconsejado, es el hágalo usted mismo.