Música y sexo: rituales, deseo, transgresiones

El erotismo sin transgresión no existe

Dalmiro Sáenz

Deseo. Apetito. Hambre. Sed. Intención. Fantasía. Avidez. Ansia. Necesidad. Pulsión. El inicio del erotismo es tan simple como eso: un impulso. Una fuerza contenida. La incitación que acecha entre los recovecos de la posibilidad sugerente. La vista, el tacto, el gusto, el olfato, el oído: los sentidos se agudizan. La expectación recorre la espalda. La respiración se agita, los poros de la piel se abren, la presión sanguínea aumenta, los latidos se aceleran.

Pulso. Palpitación. Golpe. Ritmo. La música parece innata a los sonidos del sexo. Suspiros y palabras como versos de canciones. Cadencia, equilibrio. Ostinato: repetición, patrones, ciclos. Ruidos que resuenan entre percusiones. Improvisación y cambio. Crescendo, accelerando. Punto de tensión armónica. Inflexión. Gritos climáticos. Espasmos. Estertores.

Silencio.

El erotismo y sus rituales

En la persistencia de los ritos es donde anida la relación entre música y sexo. Desde el provocador canto de las aves hasta los ruidosos llamados de los insectos y los patrones rítmicos de las danzas de cortejo, los rituales de apareamiento animales nos recuerdan el origen de ese binomio entre música y danza que parece ser la antesala del erotismo humano.

Pensar en los primeros rituales de cortejo humanos nos remite a una vinculación casi mística con la naturaleza, con lo divino. Los vestigios de las pinturas rupestres sobre danzas fálicas resuenan en las danzas de fertilidad africanas encabezadas por mujeres cubiertas de barro, en la milenaria danza del vientre de Oriente Medio, en el movimiento de cadera de los rituales en Polinesia.

El misticismo entra y sale de la religión, desdibujando los límites entre lo sagrado y lo profano, para dar lugar a modos en los que cada sociedad ha impreso su idiosincrasia vista desde la sexualidad y sus implicaciones. Ahí dentro quedan plasmados valores estéticos, modos de vida, relaciones de poder, estratos sociales, roles de género, posicionamientos políticos.

La propia exhibición o censura, la validez o las prohibiciones, cada rasgo hacia dentro de estos fenómenos revela construcciones culturales, cuyo amplio abanico nos incita a cuestionar cada estructura que sostiene las relaciones humanas.

¿Qué emparenta a la kizomba con el danzón? ¿Qué esconde el dramatismo del tango argentino? ¿Qué hay detrás del arrebato de la salsa caribeña? ¿De dónde viene el carácter explícito del reguetón y el funk brasileño?

La construcción del erotismo

La cercanía entre música y sexo ha incitado a muchos estudiosos a intentar desentrañar la unión entre estos dos fenómenos. Dichos trabajos nos remiten hasta las postulaciones de Charles Darwin, quien en El origen del hombre (1871) afirmaba que la habilidad musical era una ventaja genética cuyo resultado desembocaba en una mayor atracción sexual. Estudios más recientes, como el realizado por Benjamin Charlton en la Universidad de Sussex en Inglaterra, pretenden explorar la relación que existe entre la atracción sexual femenina y la idea de un compositor musical “virtuoso”.

Sin embargo, más allá de encasillar la intimidad de estos dos conceptos dentro de estudios estadísticos, la verdadera pregunta es más sugerente y provocadora: ¿qué hay en la música que construye el erotismo?

La imaginación. La imaginación construye el erotismo. La potencia que cobra la música como fenómeno erótico responde directamente a su capacidad evocadora y a su vinculación con la memoria. La fantasía y el ansia provocan las asociaciones, los símiles, desde una función casi metafórica involuntaria. La música y las construcciones del deseo detonan el momento y todos sus apetitos.

Un acorde basta para detonar recuerdos cargados de aromas, sonidos, emociones. Una escala cromática descendente despierta la imagen del deslizar de la ropa cayendo al piso, los timbres vocales apagados y graves recuerdan a susurros y gemidos, el sonido de cuerdas recorre la piel como caricias, los patrones rítmicos recuerdan el ir y venir de los cuerpos.

Así, la repetición de todos estos referentes ha permitido la construcción de clichés que finalmente hemos incorporado culturalmente de manera generalizada e inconsciente. Sin embargo, la relevancia que han cobrado estos referentes debido al alto impacto que generan dentro de la mass media, su atmósfera, cargada de sensaciones físicas, símbolos, colores, expectativas, ha pasado a formar parte de un elemento de mercado más dentro de la industria cultural.

Industria musical, Sexo y consumo

El actual top 10 de los videoclips musicales más populares en YouTube resulta de lo más ecléctico: Miley Cyrus, Bizarrap y Shakira, Tomorrow X Together, Angela Aguilar, Rema y Selena Gomez, además del tema musical de una película india. Sin embargo, dentro de las canciones de esta lista que parecieran no guardar ninguna relación, hay un elemento que se hace presente en todas: el erotismo.

Ya sea desde la imagen de Miley Cyrus semidesnuda, el baile y las letras sugerentes de la banda de K-Pop, las coreografías de connotación sexual del tema de Bollywood o el vaivén de cadera de Selena Gomez sobre la base de afrobeat, la tendencia apunta claramente al papel predominante de la sexualización en la industria musical a nivel global.

Pensar en la abrumadora cantidad de referentes eróticos que rodean los fenómenos musicales da cuenta de una cultura hipersexualizada que plantea un dilema sumamente complejo. Mientras que, por un lado, la multiplicidad de estos referentes refleja la liberación sexual desde el rompimiento aparente con el tabú y la censura, por el otro delata mecanismos de poder tan complejos como la perpetuación de estereotipos sexistas, la sexualización y consumo de cuerpos —sobre todo femeninos— como productos o la cultura de la pornografía y la sexualidad artificial.

Esta problemática incide en la formulación de modelos de comportamiento e incluso aspiracionales que parten de estereotipos como el del hombre dominante rodeado de mujeres sexualmente sumisas a él, la validación de la heteronorma, la perpetuación de los roles de género o incluso la conformación de cánones de belleza encorsetados en el blanqueamiento cultural.

El mecanismo impuesto por la industria es tan intrincado que incluso cuando se generan referentes que parecen posicionarse en contra del sistema hegemónico, ya sea desde el propio feminismo, el movimiento LGBT+, la lucha negra o cualquier movimiento reivindicativo, siempre es pertinente cobrar conciencia de los mecanismos sociales, económicos e incluso políticos que entran en juego.

La sexualidad actualmente imbrica procesos que superan los límites entre lo individual y lo colectivo, lo privado y lo público. Por ello, hoy más que nunca corresponde posicionarse, reclamar espacios, transgredir sistemas, para así recuperar ese contacto íntimo con nosotrxs mismxs como quien se aferra a algo invisible frente al temblor del último acorde.