En lo personal, ahí donde las cosas duelen, se encuentra la dominación acaso más directa y cruda. El patriarcado no sólo domina la vida pública, eso sería imposible si antes no se hace con el control de las esferas privadas. Las mujeres, las disidencias sexo-genéricas y básicamente todas las comunidades marginadas atestiguan cómo sus anhelos, representaciones y deseos son subsumidos, aplastados, pisoteados por un sistema que necesita su exclusión y su miseria para seguir funcionando.
Es indispensable revitalizar la consigna feminista que asegura que lo personal es político. Así podríamos reconocer que el amor, la amistad, la consanguinidad, los celos y la angustia podrían ser una herramienta para controlar a lxs débiles, pero también un arma revolucionaria, contrahegemónica. Me morderé la lengua, de Melba Alfaro (Yucatán, México, 1955), recientemente editado por La Novela Corta (UNAM), es un libro que a primera vista pareciera abrazar el dolor, lamentar la sumisión femenina y sufrir la vida. Pero en el fondo es un examen subjetivo que busca pequeñas disrupciones, revoluciones infinitesimales y solidaridades ocultas.
En esta novela, Melba Alfaro es una cazadora furtiva que va detrás de aquellas costumbres conservadoras implantadas desde la niñez de la protagonista. En una inesperada y contradictoria primera persona, la voz narrativa encuentra y trata de ejecutar todas sus creencias y aspiraciones, no desde el atrevimiento y la valentía, sino desde la timidez y el temor. El libro plantea los roles que se han impuesto a las mujeres, las madres y las niñas y luego los despedaza, desagrega, deconstruye hasta que caen por su propio peso y se diluyen en la vulnerabilidad vital que expresa la narradora.
Me morderé la lengua muestra a una mujer que se opone al amor de Hollywood, de Disney, aunque en varios momentos lo haya suscrito. Se opone a los roles de madre, esposa y cuidadora, aunque sienta culpa por no desempeñarlos. Se opone a aspirar a un cuerpo bello, a una cara de revista, aunque se sienta desaliñada y tenga miedo a quedarse sola. Se opone a encajar ahí donde su presencia es mal vista, aunque teme al rechazo y busca aprobación. Se reconoce, se busca, se pierde y se encuentra de nuevo para aprender, evolucionar, hacer lo correcto, aunque eso no es necesariamente igual a ser feliz. Para superar tantos desencuentros consigo misma necesita impulso y sobre todo rebeldía, mismas características fundamentales en la revolución, y de eso sobra en este libro.
La protagonista no teme ser frágil, delicada, sensible; de hecho, los asuntos centrales del libro no ocurren en acciones, sino en monólogos internos que abarcan opiniones, canciones, poemas, cartas e incluso pesadillas. Acompañamos a esa primera persona inestable y a veces contradictoria para descubrir que sus volatilidades también pueden ser fortalezas. Sin embargo, no es una novela ensimismada; de hecho, las relaciones interpersonales son determinantes.
Pablo, Mark, Luis, Daniel y Rodrigo son personajes masculinos que encarnan virtudes olvidadas en el tiempo, añoranzas rebajadas con dolor, violencias curdas, pero también esperanzas imaginativas, firmezas comunitarias y amistades resistentes. La protagonista vive en un mundo de hombres, diseñado por ellos y acomodado para sus privilegios, al cual tiene que enfrentarse desde sus trincheras, resistir que su personalidad se amolde a conveniencia y dejar de morderse la lengua cada vez que quiere que su voz sea escuchada.
La solución en la novela es una ternura radical, una vulnerabilidad fértil que da frutos de empatía y una sensibilidad enraizada en la solidaridad. La protagonista se ve inmersa en un aprendizaje perpetuo del que puede sostenerse gracias a las relaciones que construye con lxs demás y consigo misma. Su voz, aunque a veces melancólica y pesimista, es a la vez crítica y sagaz. Se niega a darse por vencida aún cuando parece que su sufrimiento está escrito. Vive en Ciudad Ruidosa, Ciudad Marginación, Ciudad Clasista, Ciudad Gris, pero ella sigue siendo rebeldía, agnosia, templanza, cariño.
En el umbral exijo mi derecho a creer que siempre he estado sola. Exijo el derecho a la cursilería, a la chochera, a los trastornos hormonales, a dejar de usar cremas y maquillajes, a encerdar. No soy vieja en cuerpo, sino en alma. ¿Quién se atreverá a cruzarla para disfrutar lo que queda de sincero, lo que ha sido intransferible, lo que me hace distinta ante mí y ante los demás?
Melba Alfaro, Me morderé la lengua, La Novela Corta, p. 66
Me morderé la lengua ganó el Premio de Nacional de Novela Justo Sierra O’Reilly en 1993 y fue publicada poco después por el gobierno del estado de Yucatán; sin embargo, su lectura no pareció generar revuelo. Melba Alfaro es una de esas autoras que el canon literario relegó a ser acreedora a algunos premios, pero no al reconocimiento. En octubre de 2022 el equipo de La Novela Corta, del que yo mismo soy parte, rescató esa accidentada edición primigenia del libro de Alfaro y lo trajo a la conversación actual como un libro fundamentalmente personal, pero intrínsecamente político.
Su autora, igual que la protagonista de Me morderé la lengua, sigue activa en un entorno cada vez más caótico. La edición más reciente demuestra que hoy más que nunca es necesaria una postura que reafirme lo personal como político y busque en la empatía, la solidaridad y la sensibilidad soluciones colectivas a las experiencias dolorosas, las injusticias sociales y el patriarcado, por lo menos hasta que ninguna mujer, ningunx subalternx vuelva a morderse la lengua.
Quienes se atrevan a escuchar las voces marginadas pueden leer en línea o descargar de manera gratuita la última edición del libro de Melba Alfaro en el sitio web de La Novela Corta.