Colección de espectros – Reseña de “Ciudad fantasma”, por Rodrigo López Romero

¿Hay ciudades más literarias que otras? ¿Existen sitios que orienten la imaginación hacia vertientes específicas? Ciudad fantasma (Almadía) recuerda que una urbe no es un escenario, sino un conjunto de relaciones y coordenadas. Impulsado por la pregunta “¿cuántos fantasmas hay en esta calle?”, el volumen indaga en el cuento fantástico situado en la Ciudad de México. Publicado originalmente en 2017 y reeditado en la serie De nuevo, el libro incluye veintidós relatos seleccionados por dos escritores: Bernardo Esquinca, narrador experto en las tradiciones literarias de misterio y ciencia ficción, y Vicente Quirarte, poeta, ensayista e investigador de literatura mexicana. 

Lo urbano ofrece una red de confluencias que ha fascinado a los escritores, ya sea que muestren laberintos de lujo o sordidez, lugares recónditos o extraños personajes confundidos en la marea de la muchedumbre. Las calles, al ser el nido de la rutina y la opresión diaria, se convierten en espacios transformados por anomalías o situaciones insólitas. Como señala el prólogo, no es la primera antología de cuentos fantásticos ubicados en aquella ciudad. Al ser, sin embargo, la más reciente, se trata de una cuidada selección carente de ánimo enciclopédico que cubre en especial al siglo veinte, lindando con el diecinueve y el veintiuno. 

Se sabe que es posible hallar extrañeza en la ciudad. Pero si el cronista consigue mostrar la irrealidad o el absurdo incontestables, el cuento fantástico no puede permitirse lo inverosímil. Se trata de una realidad intervenida por lo increíble, del flujo de las cosas alterado sin previo aviso. Por ello, no es infrecuente que lo sobrenatural ocurra en un entorno próximo a la vida diaria, lo cual se nota en el recorrido cronológico del volumen, que si bien comienza en el espacio decimonónico, va dando importancia a aspectos de la realidad reciente. 

Representativas del siglo diecinueve están la “Llorona” de Valle Arizpe, seguida de “Lanchitas” de Roa Bárcena y “La calle de la mujer herrada” de Luis González Obregón, con presencias de aparecidos y fantasmas en el centro de la ciudad. También se cuenta aquí “Don Juan Manuel”, de Manuel Payno, relación de hechos imposibles que provoca interpretaciones cruzadas. El siglo veinte comienza con la frecuentemente antologada “La cena” de Alfonso Reyes, seguida de la “Teoría del Candingas” de Salvador Elizondo, que retrata una evasiva figura vista en las azoteas, con la que se pretende espantar a los niños. 

En el canon de la literatura mexicana existen obras que visibilizan algunos estratos de la capital, sea la perdida ciudad azteca o la urbe en proceso de modernización. Por otra parte, hay narraciones cuyo recuerdo permanece anclado a ciertas zonas. Si el centro concentra la fantasmagoría por su atmósfera colonial, otras áreas se presentan como imanes para lo fabuloso. Así, el Museo del Chopo es el escenario de algunos relatos, y el metro aparece en “La fiesta brava” de José Emilio Pacheco, cuyo vagón nocturno confunde ficción y realidad.

El entreveramiento de lo prehispánico, lo virreinal y lo moderno en la capital parece propiciar la simultaneidad de tiempos en muchos textos, como en la aparición envejecida de la emperatriz Carlota imaginada por Fuentes, o en “Venimos de la tierra de los muertos” de Rafael Pérez Gay, cuya escena de espiritismo convierte a quienes preguntan en los aparecidos de otra sesión en una fecha lejana. De otra manera, en “La noche de la Coatlicue” de Mauricio Molina, una confidencia de cantina descubre a un burócrata centenario, beneficiado por un extraño pacto. 

Esta colección reúne diversas atmósferas, desde el ambiente misterioso de “Los habitantes”, de Héctor de Mauleón, donde una anciana paralítica obliga a la arrendataria a conservar un viejo ropero cerrado, hasta la mujer que narra su metamorfosis animal desde un rascacielos (“Perro callejero”, Luisa Iglesias Arvide) en el momento previo a un terremoto que destruirá la urbe. En algunos relatos aparecen trasladadas figuras en apariencia lejanas como los vampiros, ya sea en la enigmática escena de un robo de banco (“A pleno día”, Rodolfo J.M.), o en grupos marginales formados por habitantes de la calle, donde coexiste la miseria con una rara fraternidad (“Noches de Asfalto”, Norma Macías Dávalos).

Lo fantástico no implica necesariamente apariciones sobrenaturales o rostros de ultratumba. Elementos imprevisibles o alteraciones en la lógica común de las cosas pueden provocar sucesos fuera de lo ordinario. Más cercana del suspenso psicológico están “Matilde Espejo” de Amparo Dávila, cuyo enigma yace tras el afable semblante de una anciana y los desconocidos móviles que la impulsan, o “Espejos” de Viviana Camacho, narración sobre la incómoda visita a la casa de una pareja rusa. En esta línea se inscribe también “Leones” de Bernardo Fernández, Bef, no exenta de hilaridad, donde una orden gubernamental provoca la aparición de grandes felinos en los parques, con la consecuente cacería de capitalinos.

Al pensar en las particularidades de una antología como esta, salta a la vista la denuncia ante la ineficacia del Estado, la memoria de catástrofes como el terremoto, y la sombra de las tragedias del narcotráfico. Es notoria la generalización de la violencia en las calles, como muestra “La mujer que camina para atrás” de Alberto Chimal. Se percibe que la muerte es para los personajes un evento con el que lidian habitualmente. Pero más allá de las temáticas afines, este libro testimonia una variada voluntad por ficcionar el espacio cotidiano y concebir en la realidad fisuras o distorsiones capaces de transformarla, provocando nuevamente maravilla o estupor.


Autor: Rodrigo López Romero (México, 1992). Ha colaborado con las revistas La palabra y el hombre, Luvina, Primera página, El coloquio de los perros, Pliego suelto.