Fotografías de Marcela Chávez
Luces azules y amarillas coexistiendo con música jazz de los años veinte. Referencias a Harry Potter en medio de la noticia de la caída de las Torres Gemelas. Envolturas de Panditas y la coreografía de Umbrella efectuada con un rifle en las manos. Bonitos escombros es la obra de teatro escrita y dirigida por Adrián Miranda, protagonizada por Brandon Caballero y Fabián López. Sus dos horas de duración arrojan al público en un viaje a veces onírico, la mayor parte del tiempo trepidante, que encapsula la violencia de un mundo en perpetuo y creciente conflicto armado, el poder mortífero de los sueños y la complejidad inherente a las relaciones humanas.
Teo (Brandon Caballero) y Levi (Fabián López) se conocen de niños en la capilla de su escuela primaria. Teo suele refugiarse allí para comer dulces y Levi es enviado a rezar después de relatarle a una catequista el sueño catastrófico que tuvo. Este primer encuentro, en el que los personajes descubren que sus sueños se encuentran conectados, será el inicio de una peculiar amistad que los mantendrá unidos a lo largo de veinte años. Y dicha amistad se sostendrá por tres ejes en común: la afición por Harry Potter, los sueños premonitorios de catástrofes y la gratificación sexual por medio de la violencia.
La propuesta escenográfica de la obra es interesante. En lo respectivo al decorado, sobre el escenario se ubican una serie de huacales de plástico —con piezas de madera integradas para poder encajarse unos con los otros— que los actores apilan y acomodan de distintas maneras durante toda la puesta en escena. Así, los huacales representan desde una cama y una mesa hasta un reclinatorio para orar. La música, por otro lado, siempre está presente, ya sea en forma de jazz durante el cambio veloz de escena —y con ella de decorado y vestuario— o como pieza ambiental que acompaña los diálogos. En cuanto a la iluminación, las luces que se alternan entre azules y amarillas contribuyen a la tensión que va acrecentándose conforme avanzan las escenas.
Todos estos aspectos reunidos dotan a Bonitos escombros de un dinamismo que nos mantiene en alerta. Siempre hay algo que muda, que cambia: la acomodación de los huacales, la pieza musical o la ubicación de los actores en el escenario.
Sin necesidad de un telón o un corte explícito, los cambios de ropa y decorado —ambos manejados exclusivamente por los actores— son los que marcan el comienzo de cada año y de cada escena, las cuales no se agrupan bajo un orden cronológico, sino bajo una lógica presuntamente aleatoria que nos permite ir descubriendo, poco a poco, la totalidad de la historia. Como espectadorxs contamos entonces con las fechas que se proyectan brevemente en la lona ubicada al fondo del escenario, así como con las pistas dadas en los diálogos para unir todos los puntos posibles y conseguir hilar la compleja trama.
Otro punto notable del guion es su verosimilitud histórica. Al menos la mitad de las seis escenas que conforman Bonitos escombros están ligadas con una catástrofe armada que efectivamente ocurrió. Los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, la masacre de la escuela de Belsán en 2004 y el tiroteo en la isla de Utøya (Noruega) en 2011 son algunos de los acontecimientos rescatados. Así, la obra invita —prácticamente obliga— a pensar cómo la violencia configura el mundo actual y las consecuencias que esto conlleva.
Incluso si estamos geográficamente alejadxs de los lugares afectados, esta agresividad sangrienta también permea en nosotrxs. Con las personas víctimas de conflictos armados representadas en cifras, es difícil corresponder a cada uno de estos números la vida real y tangible de un ser humano. La violencia aparece de manera tan frecuente en nuestra rutina diaria —en forma de titulares de noticieros o atestiguada por nuestros propios ojos— que comienza a normalizarse, a culturizarse y resultar banal o, peor aún, a consagrarse. Es así como Teo y Levi llegan al punto de esperar que ejercer violencia —armada, además— los conduzca a una suerte de liberación y felicidad sin precedentes. Lo mismo con su afición por masturbarse mientras miran cintas pregrabadas de atentados terroristas. ¿Qué tanto esto es producto de, podríamos pensar, una psique alterada? ¿Qué otro tanto es de una fascinación colectiva por la violencia?
Ahora, si bien Bonitos escombros abre las puertas a este tipo de reflexión social, no olvida la enrevesada psicología de sus únicos dos personajes. Brandon Caballero y Fabián López ofrecen una gran actuación que nos permite entender que Teo y Levi no son ni víctimas ideológicas del mundo agresivo donde crecieron ni victimarios debido a su deseo por la violencia. Más que como personajes, realmente llegan a sentirse como personas que, pese a todo y como cada unx de nosotrxs, intentan construirse una vida y seguir adelante con ella, porque “es fácil estar roto, lo difícil es encontrar tus pedazos”.
Si tú también quieres presenciar este viaje lleno de escombros, las dos últimas puestas en escena se realizarán los miércoles 19 y 26 de octubre, a las 20:00 horas en El 77 Centro Cultural Autogestivo. ¡No te lo pierdas!