Si quisiéramos tejer una genealogía de cronistas de la ciudad de Nueva York antes de Fran Lebowitz, de Vivian Gornick e incluso de Dorothy Parker, tendríamos que explorar la figura de Edith Wharton (Nueva York, 1862-Francia, 1937). Además de haber sido la primera mujer en ganar un Premio Pulitzer y la primera en recibir un doctorado honorífico en la Universidad de Yale, fue una de las principales relatistas del Nueva York de su tiempo, ya que a través de sus múltiples cuentos y novelas retrató las complejidades de esta ciudad. En su época, fue de las pocas escritoras que gozaron de reconocimiento e independencia económica mediante la literatura, por lo que hoy en día podemos considerar a Wharton como una pionera en la construcción de aquella sensibilidad ingeniosa que expone descarada y sofisticadamente la cotidianidad y las profundidades de la vida en La Gran Manzana.
Para empezar a adentrarnos en este grupo particular de obras, dentro de los cientos o miles de productos culturales que presentan a esta urbe como una de sus protagonistas, podemos acercarnos a la reciente edición de la Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), titulada Dos Estampas de Nueva York.
En este pequeño libro, que forma parte de la Colección Relato Licenciado Vidriera y fue traducido por Elisa Díaz Castelo, Jazmina Barrera selecciona e introduce dos cuentos representativos de la literatura de Wharton: “La vista de la señora Manstey” y “Semilla de granada”. Ambas historias nos sitúan en la experiencia de dos habitantes neoyorquinas: el primer caso se trata de la vida de una mujer vieja, solitaria y contemplativa; el segundo, de una mujer recién casada con un hombre viudo. Considerando su importancia dentro de la obra de Wharton, estas dos estampas, plasmadas con nostalgia e ironía, son piezas fundamentales de cualquier colección de postales de la ciudad de Nueva York.
El primer cuento de la antología, “La vista de la señora Manstey”, resulta ser también el primero que Wharton publicó (1881). En él nos transportamos a los últimos días de vida de una anciana que renta un cuarto diminuto en un departamento de Nueva York. La señora Manstey, quien sale con muy poca frecuencia de su recámara, pasa el tiempo contemplando desde su ventana. El universo contenido por la ventana le brinda sentido a su existencia; ella conoce a detalle las rutinas del vecindario, domina la fauna y principalmente la flora urbana que se asoma hasta su habitación. La rutina de la señora Manstey se ve interrumpida tras enterarse de un proyecto de ampliación para el edificio contiguo, el cual bloqueará su vista.
La historia de la señora Manstey ilustra los vertiginosos cambios que la ciudad de Nueva York experimentaba, inmersa en un frenesí de modernidad durante los últimos años del siglo XIX. Estas transformaciones, sin embargo, se nos presentan por medio de una óptica radicalmente íntima. A través de la sensibilidad y pasión de la señora Manstey, comprendemos las implicaciones que los paisajes urbanos pueden llegar a tener para los individuos. “Pronto florecerían las glicinas, luego los castaños; pero no para ella. Entre sus ojos y ellos una barrera de ladrillo y cemento se levantaría con rapidez; incluso la aguja desaparecería, y todo su mundo radiante sería borrado”.
Con este corto y potente relato, Wharton nos presenta el problema del desarrollo de las grandes urbes desde los ojos de una anciana solitaria, quien está dispuesta a defender lo que le brinda felicidad hasta las últimas consecuencias. Resulta interesante la manera en que el cuento cobra relevancia cuando pensamos en los procesos de urbanización masiva y cómo estos no suelen considerar sus repercusiones a pequeña escala. Además, el tema es muy vigente considerando la situación de gentrificación actual, sus implicaciones y efectos.
Ahora bien, el segundo texto de la antología, “Semilla de granada”, pertenece a otra vertiente de la literatura de Wharton: las historias de fantasmas. Como nos cuenta Jazmina Barrera en la introducción del libro, la escritora estadounidense siempre tuvo una relación particular con este género. “No creo en los fantasmas, pero me asustan”, escribió Wharton en el prefacio de una de sus obras.
En este segundo cuento, de mayor extensión que el primero, nos adentramos en la vida de la recién casada Charlotte Ashby, quien comienza a sumirse en la ansiedad provocada por unas enigmáticas cartas que recibe su esposo. Las especulaciones de la señora Ashby sobre el contenido de las cartas se tornan poco a poco en un enorme misterio que la aproxima a la locura. Sin afán de revelar demasiado, vale la pena mencionar que el título del cuento refiere al mito griego de Perséfone, diosa que, tras comer de las granadas del inframundo, es condenada a permanecer ahí por temporadas.
A pesar de que prácticamente todo el relato se desarrolla dentro de la elegante casa de la familia Ashby, al inicio un narrador describe los pensamientos y sensaciones de Charlotte al traspasar el umbral de su nuevo hogar. “Siempre la conmovía profundamente el contraste entre el desalmado estruendo de Nueva York, la llamarada devoradora de las luces, la opresión del tráfico congestionado, las casas, las vidas y las mentes congestionadas, y este santuario velado que llamaba casa”. Este contraste entre el adentro y el afuera, así como la noción del hogar como refugio, se trastorna al desarrollarse la historia. La certeza y estabilidad sugeridas por el espacio contenido de la morada se desmoronan al mismo tiempo que brota la hostilidad del interior. Es como si la congestión que Ashby identifica en las calles de La Gran Manzana terminara por penetrar los espacios privados.
Ambos relatos exploran y superan la dicotomía entre el mundo interno y el externo, entre el yo y las otras personas. Las protagonistas son mujeres apasionadas y valientes que además sostienen relaciones complejas con otras mujeres, y también cuestionan los entornos en los que se ven inmersas. Esto definitivamente es algo que celebrar de la escritura de Wharton si consideramos su época. El mundo interno femenino, la cotidianidad de cada uno de los personajes, lo personal, lo sutil y lo oculto son elementos característicos de esta antología y, aun así, ninguno de estas historias tendría sentido si no sucedieran precisamente en la icónica ciudad de Nueva York.
Les invito a leer esta antología y hacerse con este souvenir neoyorquino. Puede adquirirse en la tienda en línea de Libros UNAM, así como en las librerías de la Universidad.